viernes, 12 de abril de 2013

UN GATO LLAMADO OSCAR



Hace unos días vinieron a casa unos amigos: A. y A. Son pareja y hacía mucho tiempo que no teníamos una conversación relajada sobre lo divino y lo humano. Entre las cosas de las que hablamos, A comentó que tenía auténtica pasión por su gato. Un gato de raza, ya bastante mayor, con el que ella había conseguido establecer cierta comunicación. Según comentó, el gato la obedecía cuando ella le "ordenaba" venir o marcharse y algunas cosas sencillas por el estilo.
Al día siguiente A me envió un correo que incluía algunas fotos de "Oscar", que es como llaman al gato.
Sin saber muy bien por qué, el gato llamado Oscar no se me ha ido de la cabeza. Sobre todo su mirada. Y me ha hecho darle vueltas al asunto de los animales domésticos y las diferentes relaciones que con ellos mantenemos los humanos.

En las sociedades rurales, y en las urbanas de hasta no hace mucho tiempo, los gatos y los perros prestaban un servicio. Digamos que los humanos los utilizábamos. A los gatos para cazar ratones y otros pequeños animales y a los perros como guardianes y alarmas ante la presencia de extraños en el entorno, y como ayudantes en la caza. Los pájaros canoros eran apreciados precisamente por sus cantos, los caballos, burros, mulos etc., servían como medio de transporte y como animales de carga. También en la labranza se los utilizaba, junto con los bueyes, que servían como fuerza de arrastre.
Las palomas servían como alimento y durante mucho tiempo, como eficaces correos. Una utilización mucho más economicista es la de los caballos y perros de carreras, la de los bueyes de exhibición de raza y la de los cobayas y otros animales usados en los laboratorios como campo de pruebas para experimentos científicos. Y, en España, los toros para las fiestas taurinas.

Pero han cambiado mucho las cosas. La presencia de ratones en los entornos humanos es cada vez más escasa, con lo que los gatos han perdido su "utilidad". La concentración de los humanos en núcleos urbanos y en bloques de pisos ha hecho inútil la función defensiva de los perros. La presencia de aparatos de radio y demás reproductores de música, ha hecho olvidar los trinos de los pájaros en sus jaulas. Ya nadie, o casi nadie, viaja a lomos de una caballería y los tractores han sustituido a los bueyes que mucho me temo, que al igual que los burros, están en franca recesión.

Y mucho también ha cambiado nuestra relación con los animales domésticos. Ya no están con nosotros por sus habilidades y capacidades. Ahora, el mayor servicio que nos prestan, es el de su compañía. Y el de ser depositarios de nuestros afectos. Desde la servidumbre han pasado al plano de la igualdad, cuando no al de la dominación.

¿Cuántas personas invierten sumas enormes para comprar y mantener un caballo, cuya única utilidad es ser exhibido en una feria o romería local? Es un símbolo de estatus social. ¿Cuantas personas pagan cifras elevadas para comprar un perro o un gato de gran pedigrí? Cada vez son menos extraños los casos en los que alguien le deja su fortuna a su animal doméstico, para que siga disfrutando de los mayores cuidados mientras viva. Y es hasta frecuente conocer a personas que prefieren su animal de compañía a las personas.

Las sociedades protectoras de animales se extienden cada día más. Y hay movimientos sociales en defensa de los derechos de los animales. A medida que las sociedades llegan a un mayor nivel económico, esta mejora afecta también a los animales, domésticos o no, y a la relación que mantenemos con ellos.

Llegados hasta aquí, ¿cómo no recordar la película "Regreso al futuro", donde el problema se volvía contra los humanos. Y desde una perspectiva ecológica, a los humanos, en tanto que seres vivos, nos interesa mantener la variedad de la vida animal. ¿Qué responder entonces a quienes se niegan a ingerir alimentos de origen animal? ¿Tienen derechos los animales? ¿Tenemos derechos sobre ellos? No sé que contestarme a mí mismo. Sólo sé que no puedo olvidar la mirada de un gato llamado Oscar.

No hay comentarios: