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sábado, 20 de mayo de 2017

MAS OTRO MICROCUENTO.

La abandonó. En la peor situación. La dejó tirada. Pero no se arrepintió. Era su desodorante.

viernes, 28 de abril de 2017

MICROCUENTOS_02

Esta noche he tenido una pesadilla horrible, pensó mientras el forense firmaba el parte de su defunción.

MICROCUENTO_01

Salgo a por tabaco dijo. Y nunca más volvió. Había dejado de fumar.

jueves, 25 de agosto de 2016

LAS CIENTO VEINTE MUERTES. CUENTO.

Es cierto, papá. Lo conseguiste: has llegado a matar de 120 formas diferentes. Todo un record, es verdad. Pero olvidaste una: la traición. ¡Bang, Bang!

viernes, 4 de marzo de 2016

EL MECHON DE LA VIOLINISTA. RELATO.


EL MECHÓN DE LA VIOLINISTA



Apenas han sonado unos cuantos compases cuando, a la segunda violín del quinteto, se le ha soltado un mechón de la media melena y se le ha venido a la cara.

Un mechón largo y estrecho que le llega, en arco, desde el centro de la frente hasta la curva de la mandíbula.

Atraviesa la cara justo sobre el ojo derecho y le dificulta la lectura de la partitura. La partitura no es fácil: “Quinteto de cuerda con contrabajo” de A. Dvorak. Y exige una coordinación perfecta, sobre todo con la primera violín, que está situada también a la derecha.

La segunda violín inclina la cabeza con la intención de separar el mechón para poder ver mejor la partitura. Pero tiene que levantarla de nuevo para mirar a la primera violín. El mechón vuelve a caer sobre el ojo.

No puede hacer gestos violentos o levantar la cabeza, para evitar el mechón, porque tiene que sujetar el violín con la barbilla girada a la izquierda. No puede apartar el mechón con la mano que sujeta el arco porque la interpretación le exige el uso continuado del arco. Se nota que está sufriendo. Hasta modifica ligeramente su posición en la silla.

El público escucha atentamente la música. El concierto sigue adelante. La segunda violín sufre. 
De pronto, con un movimiento espontáneo, natural y ni siquiera rápido de su mano derecha, la segunda violín ha fijado el mechón rebelde detrás de la oreja. Todo sigue igual. Excepto el mechón. Pero ahora la música suena mejor.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

69 PILDORAS. MUCHAS Y MUY BUENAS.

Una colección de microrrelatos bien escritos. Con una prosa fluida y clara, como conviene a los microrrelatos. Y basta con asomarse al primero de ellos, "Un amor anacrónico", para comprobar que poesía y sorpresa no son incompatibles y también tienen cabida en este libro.
El precio es otro de los alicientes. Al ser una publicación autoeditada los costes bajan y hacen el libro mas asequible. La distribución se hace a través de AMAZON, con lo que adquirir el libro es fácil y rápido. Por cierto que es también un muy buen regalo para estas fiestas!!

viernes, 3 de abril de 2015

EL PERRO TONTO DE PAVLOV. CUENTO.

         
    En 1903, en el Congreso médico de Madrid, Pavlov presentó el resultado de sus investigaciones que evidenciaban, según él, el establecimiento de conexiones nerviosas en la corteza cerebral del perro. Lo que denominó “reflejo condicionado”.

    Pavlov cosechó un gran éxito y, a partir de entonces, se dedicó casi exclusivamente a una hermosa serie de trabajos experimentales acerca del reflejo condicionado, estudiando las condiciones de su formación y de su extinción; de su generalización y de su especificación, la interferencia de varios reflejos,  etc.

    Lo que Pavlov no expuso en el congreso de Madrid fue lo que en realidad más le preocupaba: el extraño comportamiento del perro con el que investigaba.

    Cuando el perro oía los pasos del cuidador que traía la comida, el perro, automáticamente, salibaba.  Era un “reflejo condicionado”. El problema se planteaba cuando babeaba sin necesidad de condicionamiento alguno. Sin importar la hora, si había comido o si no, si venía el cuidador o no, si le ataban o le dejaban suelto, … Independientemente de cualquiera de las variables, el perro producía una secreción gástrica. El perro babeaba.

    Como el resultado de sus experimentaciones regulares producía excelentes resultados, Pavlov llegó a la conclusión de que aquel perro era tonto. Tonto de baba, como algunos humanos. Lo dejó estar, olvidó el problema y siguió a lo suyo.

   
Por su parte, el perro de Pavlov hacía tiempo que había llegado a una conclusión bien distinta: bastaba con que él, el perro, babease un poco para que, automáticamente, le dieran comida. Estos humanos están locos, pensó. Y siguió babeando y recibiendo comida.