EL MECHÓN DE LA VIOLINISTA
Apenas han sonado unos
cuantos compases cuando, a la segunda violín del quinteto, se le ha
soltado un mechón de la media melena y se le ha venido a la cara.
Un mechón largo y estrecho
que le llega, en arco, desde el centro de la frente hasta la curva de la
mandíbula.
Atraviesa la cara justo
sobre el ojo derecho y le dificulta la lectura de la partitura. La
partitura no es fácil: “Quinteto de cuerda con contrabajo” de A.
Dvorak. Y exige una coordinación perfecta, sobre todo con la primera
violín, que está situada también a la derecha.
La segunda violín inclina
la cabeza con la intención de separar el mechón para poder ver
mejor la partitura. Pero tiene que levantarla de nuevo para mirar a
la primera violín. El mechón vuelve a caer sobre el ojo.
No puede hacer gestos
violentos o levantar la cabeza, para evitar el mechón, porque tiene
que sujetar el violín con la barbilla girada a la izquierda. No
puede apartar el mechón con la mano que sujeta el arco porque la
interpretación le exige el uso continuado del arco. Se nota que está
sufriendo. Hasta modifica ligeramente su posición en la silla.
El público escucha
atentamente la música. El concierto sigue adelante. La segunda violín sufre.
De pronto, con un movimiento espontáneo, natural y ni siquiera rápido de su mano derecha, la segunda violín ha fijado el mechón rebelde detrás de la oreja. Todo sigue igual. Excepto el mechón. Pero ahora la música suena mejor.
De pronto, con un movimiento espontáneo, natural y ni siquiera rápido de su mano derecha, la segunda violín ha fijado el mechón rebelde detrás de la oreja. Todo sigue igual. Excepto el mechón. Pero ahora la música suena mejor.
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