18.09.15
El
tren sale de la estación de
Beijing
Oeste
a las
23,55h.,
destino Chengde (Hebei). Es el tren nº K7742 y tengo plaza en el
coche nº13 asiento 64.
Es un tren larguísimo con dos locomotoras modernas unidas al final
del convoy y otra más al inicio que está 15 vagones delante. Los
vagones también son larguísimos. El doble de los europeos. En el
interior, abierto, muy alto de techo y muy iluminado, se distribuyen
30 filas de asientos, tres a un lado y dos al otro del pasillo.
Asientos con suficiente distancia entre ellos. Tapizados en tela
símil sofá, color lila con motivos vegetales en blanco y morado.
Cada dos vagones hay un revisor que te recibe a la entrada y
comprueba tu billete. Luego, a lo largo del trayecto pasarán dos
policías del ferrocarril comprobando también los billetes.
El tren ha llegado a Beijing, quién sabe desde donde, y viene
bastante lleno. Al llegar a mi asiento compruebo que está ocupado
por un hombre de edad que dormita. Pido perdón y el resto de los
viajeros cercanos despierta al hombre que se cambia a un sitio
cercano y vacío. Con un pitido de locomotora diesel el tren inicia
su recorrido que tiene paradas en todas la estaciones y apeaderos. La
primera, en la Estación Central de Beijing, a cinco minutos del
inicio, dársena 13 andén 2. Parada de veinte minutos. Sube también
bastante gente que se distribuye por los vagones, incluyendo los tres
coches cama, casi vacíos. En el andén, ya solitario, puede verse a
una mujeruca que vende unas muy pequeñas sillas plegables de tijera.
Simples y muy útiles para las esperas que hay que hacer para
cualquier cosa. Durante la parada del tren no he visto que vendiera
ninguna.
A los pocos kilómetros de arrancar de nuevo, pasa el revisor
anunciando a viva voz otra parada. También dentro de Beijing. Luego
el tren sale de la ciudad y se interna en la negra noche. De cuando
en cuando las luces de un grupo de farolas indica que el trayecto del
tren corre paralelo a una autopista. Y, de repente, un puente muy
iluminado, con arcos en azul y un motivo oriental en amarillo, hace
su aparición fantasmagórica para perderse de nuevo antes de que
pueda fotografiarlo. Hace calor en el vagón. Calor y humedad. El
sonido del tren cambia y por la ventana se aprecia que avanzamos por
un tunel. No es largo.
No lejos de donde estoy, cinco filas mas atrás, comienzan a elevarse
unas voces. Una de ellas, realmente desagradable. Chillona, hiriente.
Se sucede un rápido diálogo con frases y contrafrases inmediatas.
Sube el tono. El resto de la gente del vagón se asoma y observa en
silencio. El hombre de la voz chillona es alto y grueso y se ha
puesto de pies. También lo hace un hombre mayor que el gordo y mucho
mas delgado. Las voces son ahora chillidos y el grandullón agrede al
oponente a empellones y puñetazos hasta que lo arroja al suelo. Un
hombre joven se interpone y sujeta al agresor. Desde el suelo el
agredido sigue lanzando frases y, por señas, cuando consigue
levantarse, indica al otro que salga del vagón. Estamos en una
parada. El altercado dura ya mas de cinco minutos pero ni el revisor
ni los policías parecen. Lo hace un rato después, cuando ya la
pelea ha terminado y todos ocupan de nuevo sus asientos.
En el vagón también viajan un grupo de quince o veinte jóvenes
soldados de uniforme que, como el resto de los pasajeros, nos hemos
limitado a observar. Aprovecho para ver las caras de mis compañeros
de viaje. Soy el único occidental en el vagón y tal vez en el tren.
Algunos también me miran curiosos y comentan entre ellos con
sonrisas. Probablemente sienten el espectáculo poco edificante que
se le está ofreciendo al occidental. Me pregunto si seguirán
llamándonos “viejo diablo” como hacían cuando China estaba
vetada a los europeos.
De
nuevo una parada en medio de la nada. Esta vez es para dejar paso a
otro expreso que viaja en dirección contraria. Reanudamos la marcha.
Ahora la mayoría
de la gente dormita
en posiciones
incómodas. Descaradamente, aunque a escondidas, aprovecho para hacer
fotos de la gente durmiendo.
Curiosamente no se oye ni un ronquido. ¿Los orientales roncan? Sólo
el zumbante traqueteo del tren rompe rompe el silencio cuando pasa un
hombre del ferrocarril con un carrito tipo el de los aviones, que
viene vendiendo bebidas y tentempiés ligeros. Compro un té verde y
dulce. Como en el caso de la cerveza, medio litro menos de un euro.
En botella de plástico de diseño anguloso y moderno. La mayor parte
del diseño lleno de texto del que puedo traducir “Tian sheng (¿la
marca?, ¿el tipo de té?) es buen té”. No sé que tan bueno es,
pero es ligero y sabroso. En tiempo estamos a la mitad del camino de
Chengde. No tardará mucho en amanecer. Siento gran curiosidad por
ver el paisaje del que, ahora, noche cerrada, sólo se ven brevemente
algunas luces perdidas y lejanas.
A
ratos también yo he dormitado, aunque no mucho. El miedo a roncar
-yo si ronco en una mala postura- me ha impedido dormir mas. Ahora,
completamente despierto, recapitulo sobre por qué he tenido que
viajar en en este alevoso y nocturno tren: he llegado esta mañana al
aeropuerto
de Beijing
sobre las 09,30h. Procedente de Londres
Heathrow
y, antes, de Madrid
Barajas
habiendo salido de casa a las 11h., del
día anterior.
Ya
en Beijing, después de los correspondientes trámites aduaneros y
cambiarios, según lo previsto he tomado el “Airport Express”
hasta la estación de autobuses de Dongzhimen,
al Este de Beijing, buscando un autobús que me llevase a Chengde,
ciudad a unos 350 km al Noreste de Beijing, donde quiero permanecer
dos meses en inmersión lingüística y sin contactos externos. He
recogido la información de la estación de autobuses de Dongzhimen
en el blog de un viajero que indicaba incluso el precio -85 yuanes-.
Ahora esa línea no existe y no hay autobuses a Chengde. Después de
mucho preguntar, de no entender y no ser entendido, finalmente se que
desde allí mismo sale un autobús -Calle 13. Es normal que las
líneas de autobús se numeren con el número de una calle- que cruza
todo Beijing y me lleva a la estación de tren Beijing
Oeste.
Son las tres de la tarde cuando quiero comprar un billete de tren
para hoy con destino Chengde. Sólo hay billetes para un tren que
sale a las 23,55 y llega, supuestamente, sobre las seis de la mañana
a Chengde. Deduzco que los
billetes de tren hay que comprarlos con antelación.
He pateado los alrededores de la estación de tren durante ocho
horas. A pesar de los varios cientos de miles de personas/día, la
estación está limpia. He entrado en un café-internet para enviar
un correo de gmail al hostel de Chengde donde tengo hecha la reserva,
para avisar de que no llegaré hoy, sino mañana. Ni yo ni el
empleado del café-internet hemos conseguido llegar a gmail. He
perdido una hora y seis yuanes (1€). Al final he enviado un correo
a través del móvil, pero no tengo constancia de que haya llegado.
Jazztel, con quien tengo la conexión del móvil, me avisa de que he
consumido todos mis datos, que ayer eran 1.100 megas y 200 minutos de
llamadas. Lo achacan al “roaming” y me dicen que mi teléfono
ahora sólo puede hacer llamadas de emergencia. Cuando vuelva tendré
que enterarme bien de que coños es lo que ha pasado. Al caer la
tarde he cenado un guiso típico de Jianchou, con fideos chinos,
tacos de carne de ternera, mucho peregil y un caldo delicioso y nada
picante.
Vuelvo ahora al tren al comprobar que está lloviendo fuera y que
llueve fuerte. Eran las previsiones atmosféricas que vi en Madrid.
Pero me temo que el amanecer no será como lo esperaba. Y hablando de
mierda, me acaba de llegar una tufarada desde la puerta abierta del
váter que está en la otra esquina del vagón. Como la mayoría de
los váteres públicos en China, este es también un agujero en el
suelo con dos espacios, uno a cada lado, para apoyar los pies y una
barra fijada a la pared para poder agarrarse estando en cuclillas.
Luego, si lo intentas con ganas, podrás hacer que caiga agua de la
¿cisterna? y se lleve la orina y la mierda. A pesar de eso, el
pestazo sigue ahí.
Hemos estado mas de media hora parados en la noche-nada, esperando el
paso de un expreso compuesto todo por coches-cama (“jingwoche”).
Por fin ha llegado. Ha parado en paralelo a nuestro tren, pero en
dirección contraria. Al cabo de diez minutos se ha ido. He
aprovechado el parón para estirar las piernas caminando dos vagones
hacia un lado y hacia otro, sorteando pies y cuerpos por el pasillo.
En el espacio entre vagones hay gente fumando. En el interior de los
vagones hay pegatinas de prohibido fumar y las respetan. También en
uno de los espacios entre vagones hay un pequeño habitáculo con
cristal transparente. Allí, sentado en una silla y uniformado,
duerme el revisor. En otro espacio entre vagones hay gente durmiendo
tumbada en el suelo. ¡A uno de ellos le he oído roncar! También he
visto que las pequeñas sillas que vendía la mujer en la estación
de Beijing, tienen usos diversos. Hay quien las utiliza para apoyar
los pies y tener así las piernas estiradas y hay quien se sienta en
ella en el espacio entre vagones. Las hay de diferentes tipos y
tamaños y son mas frecuentes de lo que pensaba. Ido el expreso
nocturno nuestro tren arranca. Muy lentamente el cielo comienza a
clarear. Es un cielo gris plomo y sigue lloviendo. Son las seis menos
cuarto. ¿Cuánto
falta para Chengde?
No hay comentarios:
Publicar un comentario