Vivimos en un mundo que se rige por la
economía, una economía de crecimiento infinito en la que lo fundamental
es generar más ingresos pero no necesariamente generar más prosperidad, como claramente ha mostrado Douglas Rushkoff en
su más reciente libro. En el afán de generar más ganancias, hemos
atiborrado nuestros espacios de objetos ruidosos, de tecnología que
perturba los ciclos naturales y de un imperativo moral de ser
productivos. Nuestra visión económica de la realidad opera de manera
predatorial, en todos lados buscando extraer valor --aunque esto
signifique explotar y saquear la naturaleza-- para seguir presentando
resultados de crecimiento. Esto ha llevado a que el sistema incluso haya
convertido el dormir en un producto de lujo, habiendo antes orillado a
los ciudadanos a llevar una vida de estrés y alta presión, en general
poco conducente del sueño, en el intento de perseguir el otro sueño: el
sueño del éxito, el sueño aspiracional de tener más cosas, el sueño
americano, etc. En estos casos de dinámicas todos pierden, el único que
gana es el sistema capitalista y las grandes corporaciones que son
entidades abstractas, cada vez más parecidas a algoritmos que operan más
allá del control humano.
Dormir bien se ha convertido en un lujo y
no se han tardado diferentes empresas y personalidades en
capitalizarlo. La fundadora del Huffington Post, Arianna Huffington, ha embanderado la importancia de obtener las 8 horas diarias --lo que el médico ordenó-- y ha publicado The Sleep Revolution, un nuevo libro sobre este tema. El Huffington Post predice que los salones de siesta serán tan comunes como las salas de conferencias en las oficinas corporativas.
The Guardian detecta que empieza a haber un boom
de productos y servicios relacionados al sueño y a su optimización; Un
lugar como YeloSpa está cobrando a los ajetreados ciudadanos de las
grandes urbes 1 dólar por minuto de sueño; existen nuevos "retiros de
sueño", donde se pueden pagar hasta mil dólares por un par de días de
terapia; nuevas innovaciones en el mercado de los colchones y camas en
lo que se empieza a llamar "performance bedding", tecnología del descanso orientada a mejorar el performance
de los individuos, así como también salones de sueño como antes salones
de belleza (y es que el sueño se transforma también en coeficiente de
belleza)
A la par se han generado numerosas aplicaciones y gadgets,
como máscaras para dormir que monitorean ondas cerebrales y estados
REM, y cuyo fin es hackear el sueño ideal para presentar una ventaja
competitiva al ejecutivo moderno. Todo esto está siendo vendido sobre
todo bajo la rúbrica de que el sueño tiene una función esencial: mejora
tu desempeño y aumenta tu producción. Así tenemos un círculo o negocio
completo.
Evidentemente pocas personas pueden pagar spas para dormir, o wearable tech
de 200 dólares para mejorar su sueño y no todos tienen nueve asistentes
como Arianna Huffington, para así poderse consagrarse a los brazos
reparadores de Morfeo... y sin embargo, pocas cosas realmente son más
importantes que dormir bien.
Dormir se ha convertido en un símbolo de
estatus: dormir como un bebé... o dormir como una mujer blanca de
perfil socieconómico A- o A+. Estudios muestran
que los pobres duermen peor que los demás y que las personas que mejor
duermen --al menos en Estados Unidos-- son las mujeres blancas de clase
alta. Dormir bien no se trata solamente de tener tiempo para dormir, es
también necesario estar en el espacio adecuado --por ejemplo, un barrio
donde no haya mucho ruido-- e incluso tener el cuerpo y la mente
adecuada: una persona sometida a alto estrés, enferma o con distintos
achaques difícilmente podrá dormir bien. Cuando esto falla, es necesario
tener la capacidad de abstraerse, de relajarse y hacer silencio. ¿Pero
quién tiene tiempo para mantener una disciplina meditativa que le
permita silenciar el ruido del mundo y paliar la altisonante locura
colectiva, así como también silenciar sus propios pensamientos
interpenetrados por las cuitas mundanas? Esto, nos dirían las personas
que duermen 5 o 6 horas diarias para trabajar más y poder ahorrar para
comprarse un mejor automóvil, es un lujo.
La calidad del sueño, ese intangible en el reino de la cantidad, está relacionada con el silencio, lo cual también se ha convertido en un producto de lujo,
reservado para los ricos o para aquellos dispuestos a abandonar las
ciudades y las sociedades modernas, eligiendo una vida modesta, aislada y
tranquila si bien teniendo que sortear las incomodidades de habitar
lejos del gran supermercado o el gran centro comercial que es la urbe.
Al igual que el sueño, el silencio también está siendo pasado por un branding y toda una campaña de producto de lujo. Finlandia, por ejemplo,
ha centrado su campaña para atraer turistas en promoverse como un lugar
donde el silencio sigue existiendo. Sabemos que vivir en lugares
ruidosos se correlaciona con todo tipo de enfermedades, dese alta
presión arterial a mayor propensión a la esquizofrenia y otras
enfermedades mentales. Por otro lado, estudios recientes muestran que el silencio promueve la generación de nuevas células del cerebro o neurogénesis.
El silencio es importante también para
las personas que tienen un interés en crecer --pero ya no económicamente
sino espiritualmente. Un estado de silencio, paz y relajación, son los
requisitos para el funcionamiento correcto de la mente y la percepción
precisa de la realidad, según filosofías como el budismo. El estado
natural de la mente emerge cuando se logra cultivar el silencio
--sorprendentemente la naturaleza de la mente no es la agitación, la
aceleración o la excitación, es una amplitud más cercana a la vacuidad.
El silencio en este sentido es lo que nos permite sentir esta vacuidad
de las cosas que es descrita también como radiante y como infinita
potencialidad. Paradójicamente, al ciudadano moderno la vacuidad le
produce horror y estrés y rápidamente busca llenar el espacio de objetos
y el silencio de ruido.
El místico Valentin Tomberg escribe en sus Meditaciones sobre los arcanos del tarot
que el silencio es el punto de partida para todo camino espiritual y
por ello está asociado con la carta del mago, la cual simboliza "una
concentración sin esfuerzo", la cual sólo es posible una vez establecido
un silencio interno.
La concentración sin
esfuerzo –es decir, ese lugar en el que no hay nada que suprimir y en
donde la contemplación se vuelve tan natural como la respiración y el
latido del corazón– es el estado de conciencia (i.e., pensamiento,
imaginación, sensación y voluntad) de calma perfecta, acompañada de la
completa relajación de los nervios y los músculos del cuerpo. Es el
profundo silencio de los deseos, las preocupaciones, de la imaginación,
de la memoria y el pensamiento discursivo. Uno podría decir que todo el
ser se vuelve como la superficie quieta del agua, reflejando la inmensa
presencia del cielo estrellado y su armonía inefable. [...]
Con el tiempo, el
silencio o la concentración sin esfuerzo se vuelve un elemento
fundamental siempre presente en la vida del alma... Esta “zona de
silencio”, una vez establecida, es un manantial del cual uno puede tomar
tanto para el trabajo como para el descanso. Entonces tendrás no sólo
concentración sin esfuerzo, también actividad sin esfuerzo.
El silencio interno nos permite no sólo
dormir mejor sino también soñar mejor e iniciar experimentos controlados
en el mundo onírico. Creemos que las 8 horas que dormimos, la tercera
parte de la existencia, son un desperdicio. Pero además de que cumplen
con una importante función de restauración de la energía, aprendizaje y
regeneración celular, sólo pensamos esto porque no recordamos nuestros
sueños o no hacemos nada interesante ahí. Pero son numerosas las
tradiciones que han practicado algún tipo de yoga de los sueños y han
considerado el tiempo del sueño como un mismo contínumm, no
algo dividido de la vigilia. La clave en este sentido parece ser también
el silencio; al haber calmado los pensamientos y ruminaciones del
acontecer diario, se hace más fácil entrar al sueño en un estado de
calma lúcida, de observación y de integración de la experiencia (ya no
se divide nuestra vida como si todas las noches bebiéramos del río
Leteo). Esto se traduce en una mayor recordación --al no tener nuestra
atención cautiva en un fenómeno obsesivo-- y a veces en la posibilidad
de entrar en un estado lúcido en el que reconocemos que estamos soñando y
que las experiencias oníricas son generadas por nuestra mente (una
comprensión que podría ser llevada también a la vigilia).
El silencio es el estado fundacional que
nos permite observar los fenómenos sin identificarnos con ellos y sin
olvidarnos de lo que está sucediendo en el presente, aquí y ahora. En
buena medida esto es así porque entrar en silencio es similar a crear
una receptividad, un espacio y una apertura en la cual caben todas las
cosas y desde la cual uno no colapsa sobre un fenómeno en particular; en
el silencio no existen los ruidos externos o internos (pensamientos)
que capturan nuestra atención y la llevan de excursión a la distracción
de nuestros conceptos y recuerdos o temores. Desde esta "zona del
silencio" puede emerger la profundidad de la mente y del tiempo. En este
sentido el silencio nos coloca en el estado original, en la quietud que
paradójicamente nos integra con el flujo perpetuo de las cosas, ante el
vacío que es la inagotable fuente creativa. El Maestro Wáng Xiāngzhāi
(王芗斋) dijo: “Moverse poco es mejor que moverse mucho; no moverse es
mejor que moverse poco; moverse estando inmóvil es el movimiento de la
creación”.
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