miércoles, 1 de febrero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_27


     La polémica sobre “Teledeum”. Sin citar el espectáculo concreto, en la homilía del cardenal Narcís Jubany del pasado 15 de enero se traslucía una reflexión sobre el montaje. En este mundo nadie está a salvo del ridículo: ni los personajes más encumbrados ni las doctrinas más prestigiosas. Tampoco se libran de él las personas discretas y modestas; también ellas pueden ser objeto de mofas y burlas. La malicia sabe encontrar siempre el punto risible en las inevitables flaquezas de la expresión y del comportamiento humano. 
     Pero hay una clase de burlas que son temibles por malévolas y corrosivas. La religiosidad del Siglo de las Luces no resistió las burlas ridiculizantes del autor de Candide. La decadencia de nuestra sociedad se manifiesta, sobre todo, en el materialismo ambiental que lleva consigo el desprecio de los valores éticos, morales y espirituales. Existe una verdadera inversión: Hay quienes se esfuerzan por afirmar que la irreligiosidad y la libertad sin freno constituyen el gran contenido de una cultura progresista.
     En defensa propia. Con bastante repugnancia me pongo a escribir esta especie de alegato. Ha sido objeto de particular atención porque está escrita pensando en el espectáculo barcelonés Teledeum, aunque no sea nombrado por el arzobispo.
     Nunca la realidad alcanzó lo imaginado. Quizá por estas sorpresas, quizá porque me voy haciendo cada vez más juicioso, he desistido de competir en el teatro con la realidad. Ya lo dice el refrán italiano: Un bel morir tutta la vita onora. El seny que diriem en catalá. Voltaire, como es sabido, ejerció también la acción directa e intervino en el esclarecimiento de una serie de errores judiciales que le permitieron descubrir y denunciar fallos muy graves y claras injusticias de los tribunales franceses. Una de las personas que consiguió que fuera rehabilitada, aunque póstumamente, fue el famoso Joan Calas, negociante occitano que, debido a un error judicial y a la intolerancia religiosa, fue descuartizado vivo. Era calvinista y fue acusado en falso de haber dado muerte a su hijo para que no abrazara la religión católica. Al año siguiente de este asesinato oficial aparecía un libro de Voltaire: Traité sur la tolerance. 1.763. Entre la religiosidad del siglo de las luces, que el señor cardenal trae a colación con nostalgia, y el apóstol de la tolerancia que fue Voltaire, creo que la opción está clara. Dignidad de la persona humana. Necesidad de progreso. Ser cada día más hombre. Rearme moral de la sociedad. Ambientes sociales. Desarrollo y progreso. Amor social. Respeto a los sentimientos del pueblo. Como muestra tengo aquí a mano una ficha con una cita muy curiosa que saqué de las -abrevio el título- Constituciones Sinodales del Obispado de Calahorra y la Calzada, año 1.700, páginas 35 y 36: D. ¿Por qué se dize que esta iglesia es santa, aviendo en ella muchos hombres malos? Se dize ser santa por tres razones. La primera, porque su Cabeza que es Christo, es Santísima, assí como uno que tiene un rostro hermoso se dize ser lindo hombre, aunque tenga algún dedo torcido, o alguna mancha en el pecho, o en las espaldas. La segunda porque todos los Fieles son santos por Fé, y professión: porque tienen una Fé verdadera y Divina, y hazen professión de Sacramentos Santos, y de una ley justa, que no manda sino cosas buenas, y no prohíbe sino las malas. La tercera porque en la Iglesia ay algunos verdaderamente santos, no solamente de Fé y professión, sino también de virtud y costumbres, siendo cierto entre Judios, Turcos, y Hereges, y gente semejante, que están fuera de la Iglesia, no puede aver alguno verdaderamente Santo.
     Un Dios que no se divierte con las travesuras de sus hijos, difícilmente podría ser el padre de un hogar dichoso. En definitiva es lo que decía Cicerón: Todas las artes que miran a lo humano están ligas entre sí por eternos lazos de parentesco.

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