La
polémica sobre “Teledeum”. Sin citar el espectáculo concreto,
en la homilía del cardenal Narcís Jubany del pasado 15 de enero se
traslucía una reflexión sobre el montaje. En este mundo nadie está
a salvo del ridículo: ni los personajes más encumbrados ni las
doctrinas más prestigiosas. Tampoco se libran de él las personas
discretas y modestas; también ellas pueden ser objeto de mofas y
burlas. La malicia sabe encontrar siempre el punto risible en las
inevitables flaquezas de la expresión y del comportamiento humano.
Pero hay una clase de burlas que son temibles por malévolas y
corrosivas. La religiosidad del Siglo de las Luces no resistió las
burlas ridiculizantes del autor de Candide. La decadencia de nuestra
sociedad se manifiesta, sobre todo, en el materialismo ambiental que
lleva consigo el desprecio de los valores éticos, morales y
espirituales. Existe una verdadera inversión:
Hay quienes se esfuerzan por afirmar que la irreligiosidad y la
libertad sin freno constituyen el gran contenido de una cultura
progresista.
En
defensa propia. Con bastante repugnancia me pongo a escribir esta
especie de alegato. Ha sido objeto de particular atención porque
está escrita pensando en el espectáculo barcelonés Teledeum,
aunque no sea nombrado por el arzobispo.
Nunca
la realidad alcanzó lo imaginado. Quizá por estas sorpresas, quizá
porque me voy haciendo cada vez más juicioso, he desistido de
competir en el teatro con la realidad. Ya lo dice el refrán
italiano: Un bel morir tutta la vita onora. El seny que diriem en
catalá. Voltaire, como es sabido, ejerció también la acción
directa e intervino en el esclarecimiento de una serie de errores
judiciales que le permitieron descubrir y denunciar fallos muy graves
y claras injusticias de los tribunales franceses. Una de las personas
que consiguió que fuera rehabilitada, aunque póstumamente, fue el
famoso Joan Calas, negociante occitano que, debido a un error
judicial y a la intolerancia religiosa, fue descuartizado vivo. Era
calvinista y fue acusado en falso de haber dado muerte a su hijo para
que no abrazara la religión católica. Al año siguiente de este
asesinato oficial aparecía un libro de Voltaire: Traité sur la
tolerance. 1.763.
Entre la religiosidad del siglo de las luces, que el señor cardenal
trae a colación con nostalgia, y el apóstol de la tolerancia que fue
Voltaire, creo que la opción está clara. Dignidad de la persona
humana. Necesidad de progreso. Ser cada día más hombre. Rearme
moral de la sociedad. Ambientes sociales. Desarrollo y progreso. Amor
social. Respeto a los sentimientos del pueblo. Como muestra tengo
aquí a mano una ficha con una cita muy curiosa que saqué de las
-abrevio el título- Constituciones Sinodales del Obispado de
Calahorra y la Calzada, año 1.700, páginas 35 y 36: D. ¿Por qué
se dize que esta iglesia es santa, aviendo en ella muchos hombres
malos? Se dize ser santa por tres razones. La primera, porque su
Cabeza que es Christo, es Santísima, assí como uno que tiene un
rostro hermoso se dize ser lindo hombre, aunque tenga algún dedo
torcido, o alguna mancha en el pecho, o en las espaldas. La segunda
porque todos los Fieles son santos por Fé, y professión:
porque tienen una Fé verdadera y Divina, y hazen professión
de Sacramentos Santos, y de una ley justa, que no manda sino cosas
buenas, y no prohíbe sino las malas. La tercera porque en la Iglesia
ay algunos verdaderamente santos, no solamente de Fé y professión,
sino también
de virtud y costumbres, siendo cierto entre Judios, Turcos, y
Hereges, y gente semejante, que están fuera de la Iglesia, no puede
aver alguno verdaderamente Santo.
Un
Dios que no se divierte con las travesuras de sus hijos, difícilmente
podría ser el padre de un hogar dichoso. En definitiva es lo que
decía Cicerón: Todas las artes que miran a lo humano están ligas
entre sí por eternos lazos de parentesco.
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