Érase
que
estaba yo dándole vueltas al tema de la dichosa
novela y repasaba medio distraído las páginas del Dominical del
País.
En medio de un artículo, y sin que viniera muy a cuento, aparece
Tristam Shandy. Un personaje medio olvidado al que es realmente
difícil encontrar en ese contexto. Allí estaba. Precisamente ahora
que estoy leyendo el libro e incorporando la temática en la novela.
Reconozco
que no pasé de pensar en la maldita casualidad. Unas páginas
adelante o atrás, en cualquier caso cinco minutos después, un
artículo de F. Fernan-Gómez me puso en el disparador: son las
disgresiones, dudas y problemas que se le plantean a un escritor
que está embarcado en una novela de la que lleva escritas OCHENTA
páginas y quiere llegar a las TRESCIENTAS. Algo que no había
escrito, pero como si lo seriese. Ahí ya me dí por vencido, pensé
en los piolines cortazarianos, en la maga, en ti y en la extraña
lotería babilónica que es la vida.
Este
mi pequeño rato libre no da para más. Pruebo con otra despedida: Un
beso donde más te guste. Con perdón y con amor.
Ten
amigos para ésto. Después de no sé cuantos días tratando de
coordinar una cita, ahora resulta que A.H. todavía no ha pasado del
segundo capítulo. Nos está bien empleado, por fiarnos de él. Si ya
sabía yo que era un informal. Y poco dado a esto de leer. Y menos si
tienes en cuenta que lo que hay que leer es una novela no publicada,
no acabada de escribir y cuyo autor es un amigo. Lo comprendo. No se
puede forzar la naturaleza humana hasta ese punto. Ochenta páginas
son muchas páginas para un hombre que tiene altos los niveles de
ácido úrico y sufre por ello en las articulaciones. Ni aunque este
hombre sea joven, menos de la treintena, ni aunque sea un hombre de
excelente humor habitual.
Como
quiera que yo quiero a A.H., no quisiera que cualquier lector
impulsivo y desengañado de los valores humanos sacase conclusiones
demasiado rápidas de A.H. Y como quiera que A.H. ha pasado a formar
parte de la trama de este libro, me veo en la obligación, el placer
y el compromiso de presentarle.
Seeñoras
y Seeñores, tengo el gusto de presentarles a un gran profesional, un
estupendo bebedor, un juerguista nato, un ingenioso verbal,
caricaturista cítrico, peleón por naturaleza, pasota desenfadado,
jugador de billar del tres al cuarto, ligón, músico casero, de
estatura y pelaje inferiores a la media nacional, de tamaño craneal
superior (a la media nacional) y de un encanto personal también
superior a la susodicha media.
En
resumen, un hombre sin más complicaciones que las que resultan de
vivir: mi buen amigo A.H.
Lo
peor de todo, con ser malo, con ser suficiente para retirarle el
saludo a cualquiera, no es que A.H. haya llegado tarde. Ni tampoco lo
es que no haya pasado del segundo capítulo, con ser gravísimo y una
falta de consideración de tamaño mayúsculo. Lo peor no es nada de
éso y ni siquiera yo pude percatarme de ello hasta que la cosa ya no
tuvo remedio.
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