Y
para colmo de males surgió el salvapatrias. El buen hombre que todos
llevamos dentro, tozudo en su bondad, o armado con su bondad tozuda y
se hizo cargo de la situación. Según él, nosotros debíamos tomar
la decisión. Éramos los más indicados. Para decirlo con San
Carnegui, éramos las personas adecuadas, en el lugar oportuno y en
el momento justo. Teníamos todas las cartas en la mano, y era
nuestro turno. Repito que hablo por mí mismo y estoy convencido de
que los demás no compartirán todas mis opiniones, pero en aquel
momento tuvimos miedo. Lo juro. Lo sentí. No un miedo físico, ni
siquiera un miedo personal o profesional. Fue un miedo humano.
Situacional. Fue un happening de miedo. Algo que merecería contarse
en un videoacting. Un miedo denso y social que nos envolvió a todos.
Incluido el prócer que, después de su arrebato, se quedó fofo y
como sin forma definida. La habitación, como siempre a oscuras, sólo
las luces continuamente cambiantes de los monitores, dieciséis en
total, envueltos en el zumbido
continuista del aire acondicionado. Las respiraciones jadeantes y
entrecortadas de unos se fusionaron sin solución de continuidad con
los suspiros prolongados de otros. No sé cómo puede convertirse el
plomo en aire, debe ser cosa alquímica, pero lo cierto es que se
convierte. Un aire inmóvil, denso y no demasiado transparente. Un
aire que se tragaba la respiración. Eso fue lo que sentimos. Allí,
sentados en nuestros sillones giratorios, con ruedas de fácil
movilidad, envueltos en los titilantes centelleos de las consolas y
los paneles de mandos, nos sentíamos en el más angosto y
desnaturalizado de los mundos. El mundo de las ideas y las máquinas.
Un mundo árido y frío, desolado y desolador. Nada vivo. Ni siquiera
un vestigio de naturaleza. Sólo ideas y máquinas y aquel aire que
pesaba sobre los hombros como una novela sin acabar. Por eso gritamos
todos al unísono. Por eso estallamos en un alarido capaz de matar a
un hombre. Por eso lo abandonamos todo y salimos corriendo.
Con
ligeros matices, yo podría estar de acuerdo con esa versión. Lo que
dices es cierto. Para ser exacto, los hechos que has contado
sucedieron tal y como los has contado. Sin embargo, creo que la
interpretación que haces no es la correcta. Pero dejemos eso ahora
que no es lo importante. Lo importante sucedió a continuación.
Cuando todos salimos corriendo. Nunca me había sentido así. Y creo
que nunca en toda mi vida volveré a sentir tanto miedo y tanto dolor
juntos. Salí de allí despavoriendo. Me supe tan solo, tan
jodidamente solo que busqué inmediatamente refugio en los demás. No
quiero aburrirte con los detalles, pero me fui a Valladolid a casa de
unos amigos a pasar la noche. Y al día siguiente, seguí huyendo. A
medida que iba subiendo hacia el Norte, Nacional VI arriba, fui
olvidándome un poco de todo. Atravesé los montes y los valles. Las
panzas de los cerros tiñéndose de malva, rosáceo, lila y morado.
El sol colándose entre nubes altas, grandes y blancas. El aire, más
que transparente,
cristalino. Saturado con cientillones de partículas acuosas. Justo
lo que yo necesitaba. Un ambiente húmedo y cálido, como una matriz
que me acogiera y me envolviera, apartándome del mundo, dejándome
en suspenso. Ya veo que te ríes. ¿No te lo crees? Si. Si te lo
crees. Tú has sentido poco más o menos lo mismo. Lo que no te gusta
es el estilo pomposo y liricursi. Bueno, qué le vamos a hacer. Cada
uno es cada uno, y seis media docena, mira éste. Pero en fin,
abrevio porque veo que tienes ganas de escuchar también las
versiones de los demás. Llegué a Coruña y fui feliz. Hay un bar en
Coruña, al final de Concha Espina, justo encima del pequeño
astillero donde pintan los barcos de poco cabotaje. Soleado y
animado. Ya, ya sé, no tengo que enrollarme mucho. A lo que íbamos,
fui a casa de Queca, Tim y el bonsai. Salimos a cenar y nos acostamos
pronto.
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