A
L. A., no hubo que explicarle nada. Ni sobre el título, ni sobre el
autor, ni siquiera sobre Exquisita. No hubo que decirle tampoco que
C., M.L., don Pascual y Exquisita convivían en un jardín de
Villalba. Que allí nació el libro. Que por eso todos ellos eran
planteamiento, nudo y desenlace. Por presencia, por ausencia o por
alusiones, que eso lo mismo da que da lo mismo. Lo que importa es la
esencia y qué será el ser.
L. A., estuvo cordial y encantador. Y si otras veces hemos recurrido a
la atracción misteriosa, para explicar las concatenaciones de hechos
que no somos capaces de explicar por otros medios, aquí debemos de
nuevo recurrir a ella. La poderosa fuerza que genera el acto
creativo. ¿Os habéis fijado que, alrededor de unos cimientos en
construcción, siempre hay personas paradas, mirando? ¿Os habéis
fijado en el espectáculo de una mujer embarazada, o en el de un
escultor tallando? Donde hay creación hay expectación. Aquello que
está brotando surge con una fuerza ignota e irresistible que
conquista voluntades. No hay otra forma de explicar cómo Operación
Vídeo llegó a las manos de L. A., y cómo L. A., llegó a las
páginas de Operación Vídeo. Ninguno de nosotros, absolutamente
ninguno de los participantes en este proyecto, teníamos ni la más
remota idea de que él existiera. Por supuesto conocíamos su
apellido famoso, pero eso es obligación de bachiller y no aporta
nada. Como tampoco aporta decir que alguno había leído la
superfamosa obra del antecesor. Ya lo hacen hasta en Corea. Y los
que no la leen, se la tragan en plan culebrón televisivo. Nada, Ni
el más leve roce nos había puesto nunca en contacto. Pero ya es
tópico que, una vez en el camino, el camino se llena de encuentros.
Y lo que hay que resaltar aquí es la absoluta gratuidad de esos
encuentros. Claro que tu puedes pensar lo que quieras. Para eso la
novela es tuya.
Ya
sabemos que hay una cierta oposición a los paréntesis, pero mire
usted por donde a mi me apetece abrir uno. Ahora mismo. Aquí. (Creo
que esto no da más de sí. Descargad vuestras culpas; el final se
aproxima. Cada línea, cada frase, me está costando horas. Semanas
enteras esperando. Esperando sin saber muy bien qué es lo que hay
que esperar. Lo que queda de aquí al final, está claro. Para la
parte interna, para la trama, tan sólo hay que montar la segunda
parte de L. A., que enlaza con Severo Sarduy, y él se constituye en
el punto y seguido que marca el final de la trama. Para la parte
externa, es decir las instrucciones de uso y montaje, tan sólo hay
que hacer una exposición global de las diferentes alternativas, y
dejar el campo libre al lector. No parece difícil. Pero pasan las
horas y los días. Pasan las noches en vela, las malas comidas, las
siestas a destiempo, el teléfono descolgado, el fregadero lleno de
restos, los
dientes sin lavar, las duchas esporádicas, todo eso y todas las
demás cosas cotidianas, pasan y nada de lo que espero sucede.
Intuyo, además, que en una segunda novela será peor, y peor todavía
la tercera y la cuarta, y todas las que vengan, si es que vienen,
traerán peores consecuencias. No me arriendo las ganancias. Y dudo.
Claro que dudo. La mayor y la menor. Disfruto. Claro que disfruto
escribiendo. Esto es lo mío. Lo he sabido desde siempre. Desde que,
al nacer, nada más verme, mi madre le dijo a mi padre: Mira. Mi
padre me miró con atención y no debió ver nada raro, por lo que
preguntó cándidamente, ¿Por qué lo dices, mujer? A lo que ella
contestó, sabiendo muy bien lo que decía: ¿No oyes como llora? ¿No
ves el hambre que tiene? Eso es que será escritor. Claro que
escribir es una gozada. Todavía no es así, pero estoy seguro que
llegará el día en que preferiré escribir un buen párrafo a echar
un buen polvo. Y con todo ésto, lo creas o no, lector intruso, trato
de darme ánimos.
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