El
motivo de esta carta es claro para usted, pues acompaña al típico
mecanoscrito del típico novelista primerizo.
En
ese sentido, pensé que con unas breves líneas más o menos
formalistas, sería suficiente. Y así lo hice. Escribí esas pocas
líneas con un estilo meramente informativo. Releyéndolas, me di
cuenta de que no era eso exactamente lo que yo necesitaba decirle.
Este
es el quid de la cuestión ¿Qué necesito yo decirle?
Permítame
señor Sarduy a estas alturas de la misiva, hacer una disgresión. En
realidad la primera idea es la que vale. Me explico: si lo que yo
intento es conocer su opinión acerca de mi novela y sus
posibilidades de publicación, con una corta y correcta carta
bastaba. Es obvio que usted recibe habitualmente originales y sabe de
sobra qué es lo que se espera que usted haga con ellos.
Por
otro lado, no tiene sentido que yo me explaye ahora hablando de
“Operación Vídeo”, porque es la novela la que debe hablar por
sí misma. El círculo se cierra. Volvemos al principio y la primera
idea es la que vale. Sin embargo …
Me
niego rotundamente a que este primer contacto sea puro formalismo y
sobreentendida petición. Polo, Leopoldo Alas, ha definido las
ochenta páginas que le envío, como un delirio. Es cierto. Pero un
delirio dirigido hasta donde es posible hacer algo así. No voy a
negar que me interesa sobre todo la publicación de la novela. Que de
la posibilidad o no de hacerlo depende, en gran parte, mi
planteamiento del próximo futuro, y que mi ego espera ansioso un SI.
Pero también sería absurdo tomar a la persona por su función y
limitarme a utilizarla. ¿Escrúpulos ñoños? Posiblemente. En
cualquier caso prefiero pecar por mis propios errores que pagar por
los del formulario.
Dicho
esto y calmado mi prurito tengo todavía algunas otras razones para
no enviarle una carta estricta: primera; me motiva y surribeya
escribir a un escritor. No lo he hecho nunca y las ocasiones hay que
aprovecharlas si admitimos -pour qua pâs- la posibilidad de que
usted no conteste, o, más probable aún, que mi novela no sea de su
gusto, o que incluso gustándole, no vea la oportunidad de su
publicación, la ocasión es única. Razón de más para no
desperdiciarla.
Otra
de mis razones extra, es una duda tormentosa: ¿Qué va a pensar
usted de alguien que se dice escritor, amigo de un amigo, que
solicita un favor y que por toda presentación se limita a escribir
unas frases de circunstancia? Pues eso.
Por
último, mi amistad con Polo, si bien escasa en el tiempo, me obliga
a tratar a sus amigos dignamente, evitándoles el trance de los
“Adjunto
le remito”, “Me permito distraer su atención”, “En espera de
sus noticias”, “Con los atentos saludos” y otras lindezas por
el estilo.
Aclarado
todo lo que había que aclarar, debo hacer constar que si por mí
fuera o fuese, podría seguir escribiendo folios y más folios.
Reconozco también que su tiempo es oro y que el asunto no merece
desperdiciar ni mucho ni poco de ninguno de los dos.
Por
expreso deseo de Leopoldo le hago llegar sus saludos y buenos deseos
y quedo de usted pendiente en la dirección que más abajo le indico.
Literariamente suyo:
…………..
Estas,
y cien cartas más como estas, he llegado a escribir. Cartas sin
destino porque, como yo sospechaba ciegamente, nunca llegaron a
enviarse.
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