lunes, 20 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_21


      A L. A., no hubo que explicarle nada. Ni sobre el título, ni sobre el autor, ni siquiera sobre Exquisita. No hubo que decirle tampoco que C., M.L., don Pascual y Exquisita convivían en un jardín de Villalba. Que allí nació el libro. Que por eso todos ellos eran planteamiento, nudo y desenlace. Por presencia, por ausencia o por alusiones, que eso lo mismo da que da lo mismo. Lo que importa es la esencia y qué será el ser.

     L. A., estuvo cordial y encantador. Y si otras veces hemos recurrido a la atracción misteriosa, para explicar las concatenaciones de hechos que no somos capaces de explicar por otros medios, aquí debemos de nuevo recurrir a ella. La poderosa fuerza que genera el acto creativo. ¿Os habéis fijado que, alrededor de unos cimientos en construcción, siempre hay personas paradas, mirando? ¿Os habéis fijado en el espectáculo de una mujer embarazada, o en el de un escultor tallando? Donde hay creación hay expectación. Aquello que está brotando surge con una fuerza ignota e irresistible que conquista voluntades. No hay otra forma de explicar cómo Operación Vídeo llegó a las manos de L. A., y cómo L. A., llegó a las páginas de Operación Vídeo. Ninguno de nosotros, absolutamente ninguno de los participantes en este proyecto, teníamos ni la más remota idea de que él existiera. Por supuesto conocíamos su apellido famoso, pero eso es obligación de bachiller y no aporta nada. Como tampoco aporta decir que alguno había leído la superfamosa obra del antecesor. Ya lo hacen hasta en Corea. Y los que no la leen, se la tragan en plan culebrón televisivo. Nada, Ni el más leve roce nos había puesto nunca en contacto. Pero ya es tópico que, una vez en el camino, el camino se llena de encuentros. Y lo que hay que resaltar aquí es la absoluta gratuidad de esos encuentros. Claro que tu puedes pensar lo que quieras. Para eso la novela es tuya.
 
      Ya sabemos que hay una cierta oposición a los paréntesis, pero mire usted por donde a mi me apetece abrir uno. Ahora mismo. Aquí. (Creo que esto no da más de sí. Descargad vuestras culpas; el final se aproxima. Cada línea, cada frase, me está costando horas. Semanas enteras esperando. Esperando sin saber muy bien qué es lo que hay que esperar. Lo que queda de aquí al final, está claro. Para la parte interna, para la trama, tan sólo hay que montar la segunda parte de L. A., que enlaza con Severo Sarduy, y él se constituye en el punto y seguido que marca el final de la trama. Para la parte externa, es decir las instrucciones de uso y montaje, tan sólo hay que hacer una exposición global de las diferentes alternativas, y dejar el campo libre al lector. No parece difícil. Pero pasan las horas y los días. Pasan las noches en vela, las malas comidas, las siestas a destiempo, el teléfono descolgado, el fregadero lleno de restos, los dientes sin lavar, las duchas esporádicas, todo eso y todas las demás cosas cotidianas, pasan y nada de lo que espero sucede. Intuyo, además, que en una segunda novela será peor, y peor todavía la tercera y la cuarta, y todas las que vengan, si es que vienen, traerán peores consecuencias. No me arriendo las ganancias. Y dudo. Claro que dudo. La mayor y la menor. Disfruto. Claro que disfruto escribiendo. Esto es lo mío. Lo he sabido desde siempre. Desde que, al nacer, nada más verme, mi madre le dijo a mi padre: Mira. Mi padre me miró con atención y no debió ver nada raro, por lo que preguntó cándidamente, ¿Por qué lo dices, mujer? A lo que ella contestó, sabiendo muy bien lo que decía: ¿No oyes como llora? ¿No ves el hambre que tiene? Eso es que será escritor. Claro que escribir es una gozada. Todavía no es así, pero estoy seguro que llegará el día en que preferiré escribir un buen párrafo a echar un buen polvo. Y con todo ésto, lo creas o no, lector intruso, trato de darme ánimos.

NO SECTARIO


domingo, 19 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_20


      Tampoco tiene mayor importancia que en Estambul haya encontrado la paz. Ni que haya perdido a mi pequeño amor. En el viaje de vuelta sólo me ha acompañado una piadosa figurilla de bronce con un lector del Corán. Bien podría haberos contado mi historia hablando en tercera persona. Como si le hubiese pasado a otro y no a mí. Contaros que recorrieron las calles de Barcelona, para matar el tiempo entre trasbordos. Cogidos dulcemente de la mano. Como dos niños perdidos. Como dos extraños en territorio extranjero. Que llegaron al Zurich, en la cabecera de Las Ramblas y se sentaron a compartir mesa con un extraño. Que abrieron sus libros y se encerraron en la lectura como esas parejas que llevan ya tanto tiempo juntos que no saben qué decirse, porque ya se lo han dicho todo: hola y adiós. Así fue y no de otra manera. En silencio llegaron a Madrid un sábado por la mañana. En silencio se besaron y se despidieron. Tal vez dijeron algo. Tal vez te llamo dijo ella. Y tal vez él asintió con un murmullo inteligible. No importa, ya digo, de lo que no se puede hablar es mejor no hablar, ha dicho el sabio. Y, por lo que yo sé, a los que se quedaron aquí tampoco les ha ido mejor. Olvidémoslo. Olvidemos el grito y el desgarro. Olvidemos todo lo que ha sucedido desde entonces y volvamos al punto muerto donde está la solución. ¿Qué tienen que ver Villalba, don Pascual, C. y M.L., con Operación Vídeo?

      M., y T., Ns/Nc. Otros que tal baila. M., dice que tiene notas tomadas al margen, pero lo que son las cosas, un día por una cosa y otro por otra, al final es verdad que el roce hace el cariño y la distancia es como el tiempo. Nos cuesta hacernos a la idea, pero el mundo se acaba apenas traspasamos nuestras propias narices. Y más allá de esa barrera no hay nada que nos interese. Somos el producto de nuestros fracasos y hay quien sólo tiene uno. Un enorme fracaso primigenio. Anterior a ellos mismos. Un destino fracasado de antemano. Porciones de vida hechas con la materia de un agujero negro. Se puede ir al cine, montar en bicicleta, acudir cada día puntual al trabajo, tener migrañas, tener hijas y hacer el ganso en las fiestas de fin de año. Se puede ser todo eso y ser materia de agujero negro, así que tampoco es para tanto. Un poco más, y todos seremos materia de agujero negro. No hay por qué darle más vueltas al asunto.

      Las que se van por las que se vienen. L., fue mucho más listo que todos los demás. A estas alturas no puedo asegurar que L., haya leído Operación Vídeo y sin embargo, si el invento llega a tus manos, lector, será en un gran porcentaje debido a la inteligencia de L. L., es casi joven, casi viejo. Profesional reconocido. L., tiene un humor zorro, brillante y cáustico. L., tiene muchas cosas envidiables: inteligencia, buen gusto, economía saneada … L., es muy puta. Por eso, seguramente, L., ni siquiera terminó de leer el mamotreto. Hizo lo que hacen las personas inteligentes: le paso el muerto a otro. Claro que la crítica de L., era comprometida. A fin de cuentas, la convivencia cotidiana es un compromiso. Por eso, lo que hizo fue mucho más productivo que un comentario, por muy atinado y profundo que hubiera sido. L., paso el mecanoscrito original a L.A., Y L.A., marca el principio del fin de esta historia.