Batalla campal en el Calderón.
La noticia de la muerte de un hombre ayer en los enfrentamientos entre aficionados al futbol saca a la luz un tema del que nadie habla: los "valores" del deporte.
Se habla mucho, eso si, de los valores económicos, de las fabulosas cantidades de dinero que mueven los clubes de futbol, o de la inyección económica que suponen las olimpiadas para un país. Y se habla, también, de los valores de deportividad y colectividad que entran en juego al practicar deporte.
Luego, en ocasiones como la de ayer, surgen los "valores" reales que se esconden tras el deporte de competición como sustituto de las guerras.
Basta recordar cómo surge el patrioterismo barato cuando España gana la copa del mundo "Soy español, español, español" se cantaba a voz en grito, ignorando lo de xenofobo que hay en la reafirmación patriotera. Y los balcones y banderas de todo el país se llenan con banderas nacionales.
Y cuando la situación social se hace dura, como ahora, con paro y corrupción, las estadísticas nos dicen que se han multiplicado por cinco los incidentes violentos entre hinchas de diferentes equipos. La violencia social se vehiculiza a través de las aficiones.
Y no es sólo en España. Los famosos hooligans grabaron su nombre a fuego en Alemania y también en Inglaterra. En Francia son famosos los hinchas de Marsella, los tifosi no lo son menos en Italia. Los muertos en más de un país de latinoamérica, con motivo de enfrentamientos de hinchas, tampoco son desconocidos. Y todo empieza con los insultos y agresiones a los árbitros dentro de los mismo estadios.
Finalmente, lo que queda claro es que los valores que transmite el deporte de competición son los valores de una sociedad que premia, por encima de todo, el enfrentamiento, la competencia y la victoria sobre el contrario. Y que valen todos los medios para conseguirlo: ya sea la violencia, el dopaje o la corrupción. Esos son los auténticos valores del deporte de competición.
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