domingo, 8 de enero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_04




Con esto podríamos terminar el capítulo. Así, en general, no se necesita más para escribir una novela, pero la que tienes en las manos (o en la pantalla, que viene a ser lo mismo), apreciado y nunca bien ponderado lector, a quien tanto debo y tanto estimo, contendrá algunos ingredientes más.
Sin duda a estas alturas, algún crítico y/o experto en la materia, se está frotando las manos porque en esta preproducción no se han citado como elementos imprescindibles el papel y la pluma. Antiguo, más que antiguo. Hoy por hoy es mucho más fácil contar con una pantalla de cristal oscuro, teclado conectable e impresora adlátere. Si tu quieres seguir anclado en el pasado, es tu problema. Pero el que avisa no es traidor y más vale un toma que dos te daré.
Suma y sigue: un álbum de fotos, una colección de diapositivas, cuadros, un comic, un periódico, varias revistas de información general, un suplemento dominical, un paisaje urbano, tabaco, alcohol, cannabis, poemas varios, películas familiares en formato S/8, conversaciones privadas, recuerdos infantiles, cartas de mujer, fichas con anotaciones, viejas entradas para un cine de barrio, folletos publicitarios, un programa de mano, una plaza pública, un televisor, un transistor con FM, nociones de inglés, dos relojes, discos de Les Luthiers, sueños eróticos, el manual de uso del ordenador, una rosa deshojada entre las páginas de un libro, un si señor, un mande usté y la calle libre para correr. Hay que incluir también un Café Gijón, pero cuando lo mande la lectura del texto. Nunca antes, porque entonces se acabará una novela.
Nada por aquí, nada por acá. Juego limpio sin trampa ni cartón. Todo a la vista de ustedes. Todo delante de sus ojos. Y no tenemos nada más que añadir. He tenido el sumo placer, el cincomparable gusto de enseñar, mostrar y descubrir al respetable, los más recónditos secretos, las más íntimas intimidades del proceloso proceso de escribir una novela.
Suma total: ponerse a ello. Y a ello vamos. Pasa la página lector que la función va a comenzar.
Pobre de mi. No hago más que promesas que no puedo cumplir. Hace apenas unos párrafos te he prometido, ínclito, paciente y sudrido lector, risas y jolgorios que, todavía no sé cómo voy a conseguirte. Pues anda, que no es difícil ni nada eso de hacer reir. Y no hay nada más soso que un libro de chistes. Yo tuve uno de pequeño y nunca conseguí que nadie se riera con los chistes de Otto y Fritz. Pensé entonces, ingenuo de mi, que era por aquello de que el humor alemán no encajaba en la idiosincrasia nacional y cambié el libro por uno de chistes de judíos. Tampoco conseguí nada. Por entonces, hace miles de años, cuando yo era niño, los judíos, junto con los masones, los rojos y los hijos de la Gran Bretaña eran los malos oficiales. Pues ni por esas. Comprenderás entonces que con estos antecedentes tenga mis muy serias dudas. Conserva tus esperanzas por si acaso, como pone en la puerta de la vida, según se entra a mano zocata.
En el párrafo inmediatamente anterior al anterior, te prometí el inminente comienzo de la función: mentí otra vez. En vista de lo cual llamaremos a Pascual y prometo no prometer más.

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