Con
esto podríamos terminar el capítulo. Así, en general, no se
necesita más para escribir una novela, pero la que tienes en las
manos (o en la pantalla, que viene a ser lo mismo), apreciado y nunca
bien ponderado
lector, a quien tanto debo y tanto estimo, contendrá algunos
ingredientes más.
Sin
duda a estas alturas, algún crítico y/o experto en la materia, se
está frotando las manos porque en esta preproducción no se han
citado como elementos imprescindibles el papel y la pluma. Antiguo,
más que antiguo. Hoy por hoy es mucho más fácil contar con una
pantalla de cristal oscuro, teclado conectable e impresora adlátere.
Si tu quieres seguir anclado en el pasado, es tu problema. Pero el
que avisa no es traidor y más vale un toma que dos te daré.
Suma
y sigue: un álbum de fotos, una colección de diapositivas, cuadros,
un comic, un periódico, varias revistas de información general, un
suplemento dominical, un paisaje urbano, tabaco, alcohol, cannabis,
poemas varios, películas familiares en formato S/8, conversaciones
privadas, recuerdos infantiles, cartas de mujer, fichas con
anotaciones, viejas entradas para un cine de barrio, folletos
publicitarios, un programa de mano, una plaza pública, un televisor,
un transistor con FM, nociones de inglés, dos relojes, discos de Les
Luthiers, sueños eróticos, el manual de uso del ordenador, una rosa
deshojada entre las páginas de un libro, un si señor, un mande usté
y la calle libre para correr. Hay que incluir también un Café
Gijón, pero cuando lo mande la lectura del texto. Nunca antes,
porque entonces se acabará una novela.
Nada
por aquí, nada por acá. Juego limpio sin trampa ni cartón. Todo a
la vista de ustedes. Todo delante de sus ojos. Y no tenemos nada más
que añadir. He tenido el sumo placer, el cincomparable gusto de
enseñar, mostrar y descubrir al respetable, los más recónditos
secretos, las más íntimas intimidades del proceloso proceso de
escribir una novela.
Suma
total: ponerse a ello. Y a ello vamos. Pasa la página lector que la
función va a comenzar.
Pobre
de mi. No hago más que promesas que no puedo cumplir. Hace apenas
unos párrafos te he prometido, ínclito, paciente y sudrido lector,
risas y jolgorios que, todavía no sé cómo voy a conseguirte. Pues
anda, que no es difícil ni nada eso de hacer reir. Y no hay nada más
soso que un libro de chistes. Yo tuve uno de pequeño y nunca
conseguí que nadie se riera con los chistes de Otto y Fritz. Pensé
entonces, ingenuo de mi, que era por aquello de que el humor alemán
no encajaba en la idiosincrasia nacional y cambié el libro por uno
de chistes de judíos. Tampoco conseguí nada. Por entonces, hace
miles de años, cuando yo era niño, los judíos, junto con los
masones, los rojos y los hijos de la Gran Bretaña eran los malos
oficiales. Pues ni por esas. Comprenderás entonces que con estos
antecedentes tenga mis muy serias dudas. Conserva tus esperanzas por
si acaso, como pone en la puerta de la vida, según se entra a mano
zocata.
En
el párrafo inmediatamente anterior al anterior, te prometí el
inminente comienzo de la función: mentí otra vez. En vista de lo
cual llamaremos a Pascual y prometo no prometer más.
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