martes, 17 de enero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_12


Las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso algunos de los escritores más auténticamente originales de nuestro siglo, como Walter Benjamin o Norman O. Brown (y el segundo llevó en “Love’s body” su proyecto a cabo) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fueran auténticamente originales … Los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir las dos peores variantes del tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema, “no deberle nada a nadie”. En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero sin saberlo y sin elegirlo. Los que citamos asumimos en cambio sin ambages nuestro destino de príncipes que todo lo hemos aprendido en los libros (y ahí va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus pro deo …)
Por medio de las citas encuentra uno los espíritus más afines al propio de la fratria literaria. Si leo una frase que me impacta, eso no quiere decir forzosamente que su autor me resulte anímicamente próximo. Al contrario, a veces las citas que más me gustan son las que expresan mejor opiniones que me resultan intolerables: como Unamuno (¿Será ésto otra cita?), soy de los que subrayamos en los libros aquello que nos desmiente. Pero cuando veo que alguien incluye en su texto la cita que yo también hubiera buscado para el caso, cuando alguien me repite de un libro o de un artículo la frase que realmente no puede ser pasada por alto, entonces sé que he encontrado una suerte de hermano literario, aunque nuestra hermandad se parezca más a la de Caín y Abel (o a la de Cástor y Pólux) que a la de los Hermanos Marx. A fin de cuentas, poner una cita es lanzar una bengala de aviso y requerir cómplices. Porque son cómplices lo que uno necesita: los lectores no bastan.
No sabía yo que hubiéramos invitado a Savater a la preproducción.
Hombre, habíamos quedado que aquí había que aportar materiales y planteamientos utilizables.
Si, pero no tanto. A este paso vamos a tener que darle la mitad de los derechos de autor.
Yo tengo la solución para eso. Hacemos un libro abierto y todo aquel que demuestre que una palabra, una línea, es suya, recibirá su correspondiente tanto por ciento de los derechos de autor.
No está mal pensado. A tanto la palabra, tu tienes tantas palabras pues te toca tanto.
A mí no me parece serio, pero podemos proponérselo a la editorial a ver qué opinan.
Que opinen lo que quieran. Nos faltaba por ver el décimo y último de los mandamientos de un escritor y fijaros lo que dice: Serás difícil de complacer.
Ya, pero quiere decir que no puede uno conformarse con lo primero que escribe. Hay que ponerse el listón bien alto.

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