Las
personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las
mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la
originalidad. Porque
donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por
eso algunos de los escritores más auténticamente originales de
nuestro siglo, como Walter Benjamin o Norman O. Brown (y el segundo
llevó en “Love’s body” su proyecto a cabo) libros que no
estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fueran
auténticamente originales … Los maniáticos anticitas están
abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el
casticismo y la ocurrencia, es decir las dos peores variantes del
tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los
tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma
cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema, “no deberle nada a
nadie”. En el fondo, quien no cita no hace más que repetir pero
sin saberlo y sin elegirlo. Los que citamos asumimos en cambio sin
ambages nuestro destino de príncipes que todo lo hemos aprendido en
los libros (y ahí va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus pro deo
…)
Por
medio de las citas encuentra uno los espíritus más afines al propio
de la fratria literaria. Si leo una frase que me impacta, eso no
quiere decir forzosamente que su autor me resulte anímicamente
próximo. Al contrario, a veces las citas que más me gustan son las
que expresan mejor opiniones que me resultan intolerables: como
Unamuno (¿Será ésto otra cita?), soy de los que subrayamos en los
libros aquello que nos desmiente. Pero cuando veo que alguien incluye
en su texto la cita que yo también hubiera buscado para el caso,
cuando alguien me repite de un libro o de un artículo la frase que
realmente no puede ser pasada por alto, entonces
sé que he encontrado una suerte de hermano literario, aunque nuestra
hermandad se parezca más a la de Caín y Abel (o a la de Cástor y
Pólux) que a la de los Hermanos Marx. A fin de cuentas, poner una
cita es lanzar una bengala de aviso y requerir cómplices. Porque son
cómplices lo que uno necesita: los lectores no bastan.
No
sabía yo que hubiéramos invitado a Savater a la preproducción.
Hombre,
habíamos quedado que aquí había
que aportar materiales y planteamientos utilizables.
Si,
pero no tanto. A este paso vamos a tener que darle la mitad de los
derechos de autor.
Yo
tengo la solución para eso. Hacemos un libro abierto y todo aquel
que demuestre que una palabra, una línea, es suya, recibirá su
correspondiente tanto por ciento de los derechos de autor.
No
está mal pensado. A tanto la palabra, tu tienes
tantas palabras pues te toca tanto.
A
mí no me parece serio, pero podemos proponérselo a la editorial a
ver qué opinan.
Que
opinen lo que quieran. Nos faltaba por ver el décimo y último de
los mandamientos de un escritor y fijaros lo que dice: Serás difícil
de complacer.
Ya,
pero quiere decir que no puede uno conformarse con lo primero que
escribe. Hay que ponerse el listón bien alto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario