Hasta
aquí la información básica. Por cierto, ese tal Romaña, ¿no será
un primo del famoso Martín Romaña? Vaya usted a saber. El camino de
la literatura está lleno de encuentros inesperados. En cualquier
caso, en aquel asunto de la S.A.R., el poeta dejó bien claro que a
todos, príncipes, ministros y lectores de pueblo, a todos les está
permitido mentir. Es su oficio. Pero el poeta no. El poeta debe decir
la verdad. Ser la voz que clama en el desierto. Para que, desde
fuera, llegue a los hombres una voz nueva y diferente. Claro que el
discurso no es nuevo. Siempre hay un poeta diciendo lo mismo.
Repitiendo hasta el infinito la misma verdad. Y hasta en la misma
verdad hay diferencias. Y formas de contarlo. (Viene al caso hacer
una declaración de estilo. Para hacer una novela es fundamental, y
mejor
dicho, inevitable, el estilo. Aquí, para ti y para mí,
occidentales desarrollados, eso inevitable se llama vídeo … La
vida es una sucesión de imágenes. Una supersaturación de
información entre la que sobrevivimos, siempre desinformados porque
nunca podremos absorberla toda. Es por eso que el poeta cuenta la
vida en imágenes. Porque la vida es un vídeo. Aunque esté escrita
en un libro. Ya no puede haber novelas (Habrá ficción, no novela)
de las de: hace mucho tiempo en un lugar lejano. Lo que ocurre, ocurre
siempre en simultáneo. Y la imagen es presente. O no es.) Bien, a lo
que íbamos: comparte el libro con el poeta y entérate de por qué
no se siente hombre del siglo: vive el mundo en segundos.
El
libro y Mario alfares nacieron a la vez. Vamos que fue un parto
múltiple y tardío. Fue exactamente la trasnoche del 29 de diciembre
de 1.983. Entrevista anónima. Voz -Bienvenida periodista. Siéntate.
Esta es mi casa. ¿Quién te ha dicho que soy Mario Alfares? Voz -No
es sólo vanidad quien me llama. Aunque no alcanzo a oír bien las
otras voces.
Debajo
de Ciorán, Sartre. Antes que ellos, Hesse y Maugham, Faulkner y
Whithman, la otra orilla del puente de Poe-Lewis. Marx, Freud y algún
Nietzsche. Todos cuando decidiste -¿Decidieron?- que había que
cruzar la frontera. Cela, Pere Quart, Hernández, Lorca, Buero,
Unamuno y Machado -Siempre Machado- edificaron sobre cimientos de
Samaniego, el refranero y Lázaro Carreter.
Enciclopedias
Alvarez, abecedario y la biografía de Franco con doña Bene y doña
Ana María. ¿Quién está en el espejo?
Encontré,
no hace muchos días, perdida y como sin sentido una referencia a los
hombres y a su siglo. Trato de recordar a propósito de qué asunto
se producía la frase. Inútilmente. Lo que me asustó no fue el
tema, sino la referencia. Lo que, aislado de su contexto tenía de
premonición aterradora. No me siento, no puedo sentirme, como
hombre de un siglo. No me siento el siglo. Este siglo que vivimos.
¿Es que podemos ocultar algo a la mujer que queremos? ¿Y si
callamos, por qué lo hacemos? Por miedo. Por desconfianza. Este
siglo no es nuestro, escapa a la dimensión del hombre. En la medida
y en la definición. A fin de cuentas, cien años, aún superando las
expectativas de vida, son manejables. Están comprendidos en las
memorias adquiridas, vitalmente adquiridas por
mí, mis padres, y/o hijos. Un siglo de cien años está hecho a la
medida de mi memoria colectiva. Pero este siglo que no es nuestro,
tiene tres mil ciento cincuenta y tres millones, seiscientos mil
segundos acelerados. Intensos. Inabarcables en su totalidad.
París-New York, ocho horas, Siete horas cuarenta y cinco minutos una
jornada laboral. Dos horas una película larga. Treinta minutos todo
un programa de radio. Vive a quince minutos del centro. Una llamada
telefónica, tres minutos. Un spot de televisión, toda una historia,
treinta segundos.
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