viernes, 3 de febrero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_29


     Hasta aquí la información básica. Por cierto, ese tal Romaña, ¿no será un primo del famoso Martín Romaña? Vaya usted a saber. El camino de la literatura está lleno de encuentros inesperados. En cualquier caso, en aquel asunto de la S.A.R., el poeta dejó bien claro que a todos, príncipes, ministros y lectores de pueblo, a todos les está permitido mentir. Es su oficio. Pero el poeta no. El poeta debe decir la verdad. Ser la voz que clama en el desierto. Para que, desde fuera, llegue a los hombres una voz nueva y diferente. Claro que el discurso no es nuevo. Siempre hay un poeta diciendo lo mismo. Repitiendo hasta el infinito la misma verdad. Y hasta en la misma verdad hay diferencias. Y formas de contarlo. (Viene al caso hacer una declaración de estilo. Para hacer una novela es fundamental, y mejor dicho, inevitable, el estilo. Aquí, para ti y para mí, occidentales desarrollados, eso inevitable se llama vídeo … La vida es una sucesión de imágenes. Una supersaturación de información entre la que sobrevivimos, siempre desinformados porque nunca podremos absorberla toda. Es por eso que el poeta cuenta la vida en imágenes. Porque la vida es un vídeo. Aunque esté escrita en un libro. Ya no puede haber novelas (Habrá ficción, no novela) de las de: hace mucho tiempo en un lugar lejano. Lo que ocurre, ocurre siempre en simultáneo. Y la imagen es presente. O no es.) Bien, a lo que íbamos: comparte el libro con el poeta y entérate de por qué no se siente hombre del siglo: vive el mundo en segundos.
     El libro y Mario alfares nacieron a la vez. Vamos que fue un parto múltiple y tardío. Fue exactamente la trasnoche del 29 de diciembre de 1.983. Entrevista anónima. Voz -Bienvenida periodista. Siéntate. Esta es mi casa. ¿Quién te ha dicho que soy Mario Alfares? Voz -No es sólo vanidad quien me llama. Aunque no alcanzo a oír bien las otras voces.
     Debajo de Ciorán, Sartre. Antes que ellos, Hesse y Maugham, Faulkner y Whithman, la otra orilla del puente de Poe-Lewis. Marx, Freud y algún Nietzsche. Todos cuando decidiste -¿Decidieron?- que había que cruzar la frontera. Cela, Pere Quart, Hernández, Lorca, Buero, Unamuno y Machado -Siempre Machado- edificaron sobre cimientos de Samaniego, el refranero y Lázaro Carreter. Enciclopedias Alvarez, abecedario y la biografía de Franco con doña Bene y doña Ana María. ¿Quién está en el espejo?
     Encontré, no hace muchos días, perdida y como sin sentido una referencia a los hombres y a su siglo. Trato de recordar a propósito de qué asunto se producía la frase. Inútilmente. Lo que me asustó no fue el tema, sino la referencia. Lo que, aislado de su contexto tenía de premonición aterradora. No me siento, no puedo sentirme, como hombre de un siglo. No me siento el siglo. Este siglo que vivimos. ¿Es que podemos ocultar algo a la mujer que queremos? ¿Y si callamos, por qué lo hacemos? Por miedo. Por desconfianza. Este siglo no es nuestro, escapa a la dimensión del hombre. En la medida y en la definición. A fin de cuentas, cien años, aún superando las expectativas de vida, son manejables. Están comprendidos en las memorias adquiridas, vitalmente adquiridas por mí, mis padres, y/o hijos. Un siglo de cien años está hecho a la medida de mi memoria colectiva. Pero este siglo que no es nuestro, tiene tres mil ciento cincuenta y tres millones, seiscientos mil segundos acelerados. Intensos. Inabarcables en su totalidad. París-New York, ocho horas, Siete horas cuarenta y cinco minutos una jornada laboral. Dos horas una película larga. Treinta minutos todo un programa de radio. Vive a quince minutos del centro. Una llamada telefónica, tres minutos. Un spot de televisión, toda una historia, treinta segundos.

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