Acelerada
por la máquina, la carrera del tiempo-es-oro, está empezando a
implosionar. A sobrepasarnos. Y el siglo ya no es un siglo de
hombres. Este siglo es suyo. De las máquinas. Del tiempo en unas
horas todo el tiempo. Hay una frase de esas citables que dice: No hay
tiempo para todo. Me gustaría hacer un poco menos, un poco mejor.
Llevada a la perfección, la filosofía de la cita, nos enfrentaría
a un hombre en estado de hibernación. Haría lo mínimo que se puede
hacer, sobrevivir, y lo haría perfectamente.
Novísima
Inquisición de la Literatura Española. Lo político, proyección
cotidiana de lo ideológico. No sé se es lo más marxista o lo más
antimarxista que he leído últimamente. En cualquier
caso es como si de repente se hubiesen rasgado los cielos de los
politicastros apegados
a los consensos y los posibilismos y hubiese aparecido, allá al
fondo, una nueva noche inasequible y profunda. Llena de nuevas
estrellas.
Ellos
me enseñaron. Historiar, memoriar, homenajear y criticar. Doña Ana
María. Matrona por su imagen. De buena familia, supongo. Bondadosa y
cursi. Maestra de los 50. Doña Bene. Nerviosa. Lista. Enamorada. De
eso me aprovechaba yo y me zampaba enormes bambas de crema. ¡A costa
de sus cartas de amor! -Llévale esta carta a D. Juan, ¿Te ha dado
algo doña Bene?- Probablemente activista de derechas. A un paso del
fascismo. Don Juan. Bruto. Física y mentalmente. Bruto corpachón,
brutos el bigotazo y la voz. Bruto. Don Fabián (@) “Mono”.
Amargado. ¡Clarividente Machado! Don Fabián pervivía, desde que tú
le encontraras una tarde parda y fría. Don Benito. Sanguíneo y
fanático. Desequilibrado. Le vi lanzar a un gamberro por la ventana.
Literal. Afortunadamente la ventana estaba a medio metro del suelo.
Su frase favorita: ¡Que te pico, muñeco de trapo! Mientras,
amenazaba rajarte la barriga con un puntero de castaño. Uno de los
mayores sustos de mi vida. Don Angel. Ex-jefe de estación.
Republicano depurado. Marido de maestra. Escuela privada en casa
privada. Pandilla de aspirantes a barriobajeros de ambos sexos. Y
aquel decimonónico bregando en moldearnos. Mezcla de Licenciado
Cabra y Mirafiori. La letra con sangre entra. Aunque sea letra
corporativista y socializante. Don Eladio. Seglar entre religiosos.
Atildado y atiplado. El me enseñó a leer y no a ver letras. Supe
que la imaginación no era pecado malgre lui. Conocí España de la
mano de dos niños fascistas, hijos de fascista y huérfanos de
guerra, en un precioso libro de viajes. Conocí el refranero y los
quebrados, caligrafía y Chiribín. Tuve amigos y entré en un Cuadro
de Honor. Don Pedro (@) “Patachula”. Seglar también. Cojo con
gracejo. Listo. Aprendí con él ortografía en verso. En verso los
partidos judiciales y aprobé el ingreso al Bachiller. Amigo
de los polvos de la madre Celestina y el padre Cucharón.
Ilusionista. Don Agustín (@) “Guiñapeos”. Seminarista. Pobre
histérico y barbilampiño. Demasiada fiebre juvenil en tus mejillas
imberbes. Demasiada represión. Demasiada inseguridad. Demasiado. Don
Víctor. Sacerdote. Vesánico. Punto. Don Guillermo (@) “Chespia”.
Organista sin misterio. Jefe, que no director, de un mal coro.
Chanchullero y plagiario. Casi cura y casi calvo. Feo de
consideración. Don Julio. De gimnasia. Sin más ambajes ni más
luces que el decúbito prono y el supino. Civil, vecino del pueblo.
Don Celso (@) “Menea”. Viejo y vicioso. Sacerdote. Atorrante
capaz de golpear con pies y manos y ensañarse, ya en el suelo, con
un desvergonzado imprudente de once años. Don Julio (otro).
Inteligente y frío. Sádico y (¿Hace falta decirlo?) cínico.
Sacerdote. Don Aniceto. Sacerdote. Director y, por tanto, viejo.
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