sábado, 4 de febrero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_30


     Acelerada por la máquina, la carrera del tiempo-es-oro, está empezando a implosionar. A sobrepasarnos. Y el siglo ya no es un siglo de hombres. Este siglo es suyo. De las máquinas. Del tiempo en unas horas todo el tiempo. Hay una frase de esas citables que dice: No hay tiempo para todo. Me gustaría hacer un poco menos, un poco mejor. Llevada a la perfección, la filosofía de la cita, nos enfrentaría a un hombre en estado de hibernación. Haría lo mínimo que se puede hacer, sobrevivir, y lo haría perfectamente.
     Novísima Inquisición de la Literatura Española. Lo político, proyección cotidiana de lo ideológico. No sé se es lo más marxista o lo más antimarxista que he leído últimamente. En cualquier caso es como si de repente se hubiesen rasgado los cielos de los politicastros apegados a los consensos y los posibilismos y hubiese aparecido, allá al fondo, una nueva noche inasequible y profunda. Llena de nuevas estrellas.
     Ellos me enseñaron. Historiar, memoriar, homenajear y criticar. Doña Ana María. Matrona por su imagen. De buena familia, supongo. Bondadosa y cursi. Maestra de los 50. Doña Bene. Nerviosa. Lista. Enamorada. De eso me aprovechaba yo y me zampaba enormes bambas de crema. ¡A costa de sus cartas de amor! -Llévale esta carta a D. Juan, ¿Te ha dado algo doña Bene?- Probablemente activista de derechas. A un paso del fascismo. Don Juan. Bruto. Física y mentalmente. Bruto corpachón, brutos el bigotazo y la voz. Bruto. Don Fabián (@) “Mono”. Amargado. ¡Clarividente Machado! Don Fabián pervivía, desde que tú le encontraras una tarde parda y fría. Don Benito. Sanguíneo y fanático. Desequilibrado. Le vi lanzar a un gamberro por la ventana. Literal. Afortunadamente la ventana estaba a medio metro del suelo. Su frase favorita: ¡Que te pico, muñeco de trapo! Mientras, amenazaba rajarte la barriga con un puntero de castaño. Uno de los mayores sustos de mi vida. Don Angel. Ex-jefe de estación. Republicano depurado. Marido de maestra. Escuela privada en casa privada. Pandilla de aspirantes a barriobajeros de ambos sexos. Y aquel decimonónico bregando en moldearnos. Mezcla de Licenciado Cabra y Mirafiori. La letra con sangre entra. Aunque sea letra corporativista y socializante. Don Eladio. Seglar entre religiosos. Atildado y atiplado. El me enseñó a leer y no a ver letras. Supe que la imaginación no era pecado malgre lui. Conocí España de la mano de dos niños fascistas, hijos de fascista y huérfanos de guerra, en un precioso libro de viajes. Conocí el refranero y los quebrados, caligrafía y Chiribín. Tuve amigos y entré en un Cuadro de Honor. Don Pedro (@) “Patachula”. Seglar también. Cojo con gracejo. Listo. Aprendí con él ortografía en verso. En verso los partidos judiciales y aprobé el ingreso al Bachiller. Amigo de los polvos de la madre Celestina y el padre Cucharón. Ilusionista. Don Agustín (@) “Guiñapeos”. Seminarista. Pobre histérico y barbilampiño. Demasiada fiebre juvenil en tus mejillas imberbes. Demasiada represión. Demasiada inseguridad. Demasiado. Don Víctor. Sacerdote. Vesánico. Punto. Don Guillermo (@) “Chespia”. Organista sin misterio. Jefe, que no director, de un mal coro. Chanchullero y plagiario. Casi cura y casi calvo. Feo de consideración. Don Julio. De gimnasia. Sin más ambajes ni más luces que el decúbito prono y el supino. Civil, vecino del pueblo. Don Celso (@) “Menea”. Viejo y vicioso. Sacerdote. Atorrante capaz de golpear con pies y manos y ensañarse, ya en el suelo, con un desvergonzado imprudente de once años. Don Julio (otro). Inteligente y frío. Sádico y (¿Hace falta decirlo?) cínico. Sacerdote. Don Aniceto. Sacerdote. Director y, por tanto, viejo.

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