domingo, 5 de febrero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_31


    Don Celso (@) “Menea”. Viejo y vicioso. Sacerdote. Atorrante capaz de golpear con pies y manos y ensañarse, ya en el suelo, con un desvergonzado imprudente de once años. Don Julio (otro). Inteligente y frío. Sádico y (¿Hace falta decirlo?) cínico. Sacerdote. Don Aniceto. Sacerdote. Director y, por tanto, viejo. Mofletudo perro pachón. Maniático antimarxista superviviente de la guerra. Famoso por sus bofetones y por sus intentos de hacernos a todos curas. Don Julio (otro y van tres). Química con manzanas y naranjas. Gordo y desconfiado. Vendedor de abonos y piensos, además. Don Santiago (@) “Viti”. Veterinario de pueblo. Sencillo y campechano. Puros huesos. Excelente persona y pésimo docente. Don Rafael (@) “Zapatones”. Pintor y extravagante. Primer y único de mis maestros al que he visto llorar. Decíamos entonces, con esa casi inocente perversidad de la adolescencia, que la profesora de inglés, que murió electrocutada en la bañera de un hotel, era su amante. Don Hermenegildo (@) “hermes”. Huesos y nariz con gafas. Antes había enseñado inglés por correspondencia. A lo que consigo adivinar, desencantado del arte y del negocio de la docencia. Don José Luís. Sacerdote. Místico de la peor clase. La engolada. Don José Luis (otro). Aventuro con miedo que, hombre de pueblo, pobre, entró en el seminario por necesidad familiar, como tantos otros. Y como tantos otros se desacralizó en cuanto las circunstancias fueron favorables. Don Guillermo (otro también) (@) “Bigotini”. Fascista y buena persona. Alumno de posguerra en un orfelinato para hijos de fascistas. Ex-boxeador. Miope avaricioso que me entrenó en carreras de fondo. Con él conocí Salamanca y Valladolid, los colegios mayores, un periódico y una emisora de radio. Doña Teresa. (R.I.P.) Recuerdo unas larguísimas piernas embutidas en excitantes botas de cuero negro. Una ricahembra a la que no lloró sólo el extravagante pintor. Pero dejemos en paz a los muertos. Doña Pilar. Cursi mistinguett. Se emocionaba pensando que su mejor alumno y su más distinguida alumna iban a iniciar un romance tan literario como los cuentos que escribían y en los que ella veía ya futuros laureles. Seca, fría y gramática todo lo demás. Don Cesáreo. Cínico. Fascista. Filósofo de vermuts. Párkinsoniano y gorrón. Amigo de corruptelas que se emocionaba cantando Maite “su” día del director. Y de latín nihil. Don Julio (cuatro ya) (@) “Tiralíneas”. Joven. Marmotero. Pintor y de pueblo. No aprendí a dibujar porque es un don que se me negó, antes ya de nacer, pero aprendí bastante. Doña Pilar (también). A lo que parece, los ingleses, cuando licencian en su idioma, contagian todo lo demás. Suma y sigue. Mario Alfares es un Pierre Menard perdido dentro de un juego de espejos. Allí dentro, cada faceta refleja una imagen diferente. No se trata de una única aventura. La multiplicidad existe. Hay que vivirla. Aquí y en la Santa Madre U.R.S.S.
     Oficio divertido si los hay. Oficio enamorado. Oficio andante. Ser mirón de la vida. Ser boyer. Legal boyer autorizado. Mirón enamorado y sonriente que pasa enamorando gente porque está de la gente enamorado. Oficio oyente este de vivir para ver. Porque me place el placer cotidiano del metro y de la plaza, de la acera, de tienda y de ventana. Subir al autobús donde viajan la progre y el pasota, el despistado, el hombre del diario, el conductor. Amar en un trayecto corto y en otro … ser amado. Cruzar un paso cebra al alimón, burlando al coche y al semáforo y en otro … ser burlado. Me gusta, me entretiene y me divierte. Me apasiona, me chifla, me convence. Vivir entre la gente y con la gente. Vivir enajenado. Con ellos me vivo y me descubro. En ellos me reflejo y me rehago. Cada día mi ración recojo de ojos, de pelos y de labios. De sonrisas, de luz, de apretujones. De injurias y de agravios que como pescador me llevo al puerto seguro de mi estudio. Oficio, vida, sensación, presagio. Es todo lo que tengo y todo lo que hay. Es sólo realidad: las idas y venidas, escaleras, pasillos y rellanos. El forro de la vida es el boyer. Pero … ¡Ya es un ser algo!

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