CUARTO
CAPÍTULO
Nos
lo han dicho muchas veces. Lo creímos entonces y lo creemos ahora:
La sequedad que da escribir un cuarto capítulo sólo se cura
escribiéndolo. Siempre nos queda la posibilidad de releerlo y
decidir si lo incluimos o no. Por otra parte escribir es fácil. Poco
más o menos, lo hace todo el mundo. (Aceptada. Todo el mundo menos
los analfabetos, que todavía son muchos) Lo difícil es pintar. De
eso sólo saben los pintores muertos. (Denegada. Los vivos, incluidos
quienes gozan de reconocimiento y hasta venden, en verdad que tampoco
saben cómo van a pintar su próximo cuadro. Excepto Eduardo
Guillermo Pérez Villalta: dice que antes de pintar ya lo sabe
absolutamente todo del cuadro.) Pintar es un acto vital. Mucho más
primitivo que escribir. Es un acto cercano a lo animal. Y es extraño
que haya tan pocos animales que pinten. No es difícil imaginar al
león o a cualquier otro depredador, arañar la corteza de un árbol
y mirar las estrías que sus garras dejan. Yo imagino las panteras,
tumbadas en el suelo, entre la somnolencia que dan el triunfo en la
caza y la pitanza consiguiente, moviendo sus zarpas indolentes,
dejando dibujos en la arena. Lo que viene al caso es que hay pocos
animales que pinten. Algunos
que disfrazan sus nidos, otros que se maquillan la piel, los que
cambian de color y alguno otro que se nos pase. Y a pesar de eso,
pintar es un acto cercano a la animalidad instintiva. Cualquiera que
pinte tiene que sentirlo así. Ahí están los colores, llamando
insistentemente. Las densidades de cada color, invitando. En bote, en
tubo, en lata.
Ahí
está el papel, los papeles con sus distintos gramajes y porosidades.
Las telas, con su imprimación satinada o áspera, los lápices y sus
minas grasas o secas, gruesas o finas, duras y blandas, los pinceles
de todos los pelajes, las brochas, las aguas y sus transparencias,
las acuarelas, las ceras, los sutiles pasteles y los lápices de
color acuarelables. La tinta china, la témpera, el gouache, los
acrílicos, arenas, maderas y pigmentos. Huevo, cera, aceite, barniz,
geso y alkil. Luces y volúmenes, distribuciones, masas,
perspectivas, encuadres y contenidos. Todo eso y mucho más está
ahí. Sólo hay que luchar con ellos, no contra ellos, aunque a veces
se rebelen y tengan su propia voluntad incontrolable. Pintar es el
movimiento continuo.
Adelante,
pincelada, atrás. Más pinceladas, más masa, más color. Atrás,
más atrás. El espejo. Agacharse, mover el brazo y la cintura y los
hombros y todo el cuerpo, detrás de la punta del pincel. Macerar
pigmentos. Batir el alkil y el geso. Montar el papel. Sólo gestos.
Sólo acciones. Casi excluido el pensamiento. Sólo la percepción
del color y la forma. (La luz es de Velázquez, del cine y la
fotografía) Extender la tela, acariciarla y sentir cómo se va
transformando su tacto a medida que el color la cubre. Y las tierras
y las marmolinas, que dejan su caricia puntiaguda en la palma de la
mano. Y el color que crece o se difumina junto a otros colores. Y las
costuras de las telas. Y el exquisito blanco. Pintar es una forma del
tiempo, como la vida misma. Pintar es sentir. Estar en medio de la
calle y sentir: Acevedo. Pavimentos Plásticos. Papeles Pintados
Ramos. Boutique Martos. Banco de Santander. Plaza de Lavapiés.
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