Cuando
desmonten esta feria de las vanidades inversionistas llamada ARCO,
van a tirar mucha de esa tela blanca. Una fina trama de algodón sin
imprimación alguna. En paños de dos metros de ancho por un largo
indefinible, que puede acabar bruscamente en desgarrones o en una
hilera de grapas de decorador. También puede encontrar soluciones de
continuidad en anchos y bien trabados costurones que definen espacios
desequilibrados. Y es precisamente ese soporte, ese significante, lo
que está emitiendo su mensaje sin interrupción. En ARCO, la única
posibilidad de vida está en las paredes de los stands. En los
espacios vacíos que cubre el algodón tramado. Hay que volver.
Encontrar el lugar donde van a tirar tanta vida y vivirla. Aparcar
bajo los árboles, fuera de la vista del edificio. Entrar por el
portalón de servicio. Rodear el edificio y llegar hasta la base de
la rampa exterior que comunica con la planta superior. Saludar
distraídamente a los que charlan junto al camión. Vestido
anodinamente, pasar ante ellos y subir por la rampa dejando paso a
los que bajan cargados con cajas y paneles
plásticos de los stands. Hace poco más de veinticuatro horas, esto
era ARCO. Ahora
es sólo una nave diáfana con estructura funcional de vigas de
hierro atornillado que recuerda una estación de principios de siglo
y también la Torre Eiffel. En esta nave, de suelo grosero de
hormigón, repleta de restos, cables, cajas y montones de blanco
lienzo, nadie se extraña si uno mantiene las distancias y no
distrae. Seleccionar los mejores trozos de tela sin llamar la
atención no es difícil. Doblarlos cuidadosamente, dar una vuelta al
recinto, por si hay algo más que merezca la pena, y salir saludando
amigablemente, no sólo es fácil, sino también alegre y excitante.
La alegría de la épica que convierte el hecho cotidiano en algo
trascendente. O que, al menos, así lo pretende. Por eso todos somos
quijotes y esto es una novela.
En
todo buen relato épico, a cada batalla ganada le sucede otra más
difícil. Y siempre con un fin incierto. Como aquí un capítulo
sigue a otro. Un personaje deja atrás a otro. Un folio es sustituido
por el siguiente y así todo.
Pero
de momento será mejor no plantearse demasiadas cuestiones sobre el
discurso metodológico y aplazar la cuestión hasta un primer
visionado completo. Ya queda dicho al principio del capítulo:
siempre queda la solución de no incluirlo. Por tu parte, lector,
eres mucho más libre: puedes pasar de la primera a la última página
sin que tu novela sufra ningún menoscabo. Habrás construido la
novela que querías construir.
El
blanco es la gran tentación. El blanco
magnífico, el impoluto y tenso. La hoja de papel. La tela en el
bastidor. El blanco, como en ARCO, es lo único vivo y necesario. La
grave atracción del vacío es el mensaje subliminal que nos remite
el blanco. La atracción que lleva a Rafael Martín-82 a llenar un
hermoso y blanco pliego de grueso y esponjoso papel, con su acuarela
aguada y diluida. Con pinceladas grandes y un poco imprecisas, que
impostan oscuro sobre claro, hasta ir construyendo un arco de entrada
a la Plaza Mayor. Luz y sombra. Balcones corridos, ventanas
traspasadas de luz.
Arco
por el que se puede entrar a la plaza mayor de los recuerdos
ingenuos. Entre Manolo s/f -datos fidedignos permiten fecharlo en el
81- y Manolo 84, hay sensibles diferencias. Manolo s/f es la
atracción pura del vacío. Hoja blanca de papel de bloc de desecho.
De poco más gramaje que un folio normal. Cortado y encuadrado con el
passe-par-tout (13x18 aprox.) Manzana y media de experimentación
gozosa. Ceras y anilinas entonadas. En Manolo 84, el llamado del
blanco se disfraza de camaradería
para cubrir la tela comprada (25x20
aprox.)
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