O
mejor dicho, así huele la vida. Alguien que muere y alguien que
nace. Nadie sabe ni por qué ni para qué, pero es así. El Loco está
loco porque no ha encontrado respuesta. Ni a esa ni a otras muchas
preguntas que se hace. Claro que el Loco coincide muchas veces con
los demás, o dicho más propiamente, todos los demás tienen
ramalazos de locura. El Poeta, por ejemplo, no entiende la mentira. Y
como consecuencia, tampoco entiende la vida. Hablan el Poeta y el
Loco sobre las piedras, el aire, el agua, las nubes, el cielo, la
lluvia y otras cosas bellas e inanimadas. Y convienen entre ellos en
que no mienten. Hablan también de los hombres y las mujeres. De los
niños y los ancianos. Y convienen en que mienten. Por miedo, por
malicia, por oficio, por juego. También con el Pintor habla el Loco.
No mucho, porque sobre todo pintan. Pero entre mezcla y mezcla, entre
mano y mano, fuman un cigarrillo y hacen algún comentario. Casi
siempre sobre la inutilidad del arte. Coinciden el Loco y el Pintor
en que una característica fundamental del arte, perdido ya su uso
como representación de los sagrado, es su inutilidad. Sólo sirve a
quien lo hace, mientras lo hace. De nada le sirven a Van Gog los
miles de millones que ahora pagan los japoneses por sus girasoles y
sus retratos. Ni el pedestal en que le hemos puesto va
a devolverle su oreja, dice el Loco con mirada maliciosa. El Pintor
calla y otorga mientras apaga el cigarrillo y se aferra al pincel.
Sólo el Publicitario discute con el Loco. El Publicitario está
cuerdo y reniega de él. Oscuramente sabe que tiene la batalla
perdida y por eso mismo abjura del loco. Claro que el siervo del
márquetin también duda. Y ahí le duele. El Loco encarna todas sus
dudas. Y es muy duro verle ahí, cara a cara, y saber que él es todo
lo que el hombre responsable quisiera ser sin atreverse a serlo. El
Publicitario y el Loco no se llevan bien. Como dos caras de la misma
moneda. Siempre juntas. Siempre irreconciliables.
QUINTO
CAPÍTULO
Incauto
lector que hasta aquí has llegado: debo confesarte un secreto a
voces: el movimiento se demuestra andando y caminante no hay camino.
Dale la vuelta a los personajes que conocemos. Pongamos que el Pintor
es fotógrafo, por aquello las afinidades de luz y encuadre. El Poeta
puede ser actor, que también tienen algo en común, porque los dos
declaman. Al Publicitario colócale
la etiqueta que mejor te cuadre; por ejemplo la de auxiliar
administrativo, o la de tornero o barman. (Aviso:
si el palabro no está aceptado por la Academia, sustitúyese por
camarero) También puedes adjudicarle el papel de vendedor a
domicilio, obrero a destajo y hasta estudiante de filosofía. En fin,
que cualquiera es intercambiable. Menos el Loco. El Loco no es
intercambiable porque ya hemos quedado que es el único vivo. Y
además, el que los comprende a todos. El Loco es la clave de arco de
esta novela. Sin él nada tendría sentido. Eso contando con que algo
de todo esto tenga sentido. Y no te olvides de Exquisita. Ella es la
razón de ser del Loco y, como consecuencia, la razón de ser de
todos los demás. Y si hasta aquí el rompecabezas no tenía ni pies
ni cabeza que romper, hay razones para pensar que algún tipo de hilo
ata esta gavilla. Prepárate lectora. Ahora te toca a ti. Tú eres
aquella por quien y para quien se escribe. El anhelo perdido que hizo
del Loco todo lo que es. Has sido tú, te crees que no te he visto.
Tu inspiraste al poeta. Tu incitaste al pintor. Por ti y para ti
trabaja el publicitario. Por ti suspiramos, gimiendo
y llorando. Fuente oscura. Claustro al que volvemos. Aspiración
irrenunciable. Tú que tampoco tienes la culpa de ser como eres.
Mujer a tu pesar. Mujer con tus pesares. Objeto de culto. Objeto de
deseo. Objeto a secas. Persona cuando puedes, como todos. Exquisita,
sal a la luz. Alumbra ya esta tiniebla y dale, por fin, un sentido.
Todo lo que has leído y todo lo que leerás, no puede pagarse con
una tarjeta. Todo lo que has leído y todo lo que leerás, tiene un
principio y un fin: tu misma.
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