Y
no salirse del marco. De ese orden y esas proporciones surge una
tensión que trata de escapar del marco de referencia. Cuando la
tensión surge es difícil de contener. Pero sólo cuando hay
tensión, hay cuadro, novela o canción. ¿Hacia dónde va ésto?
¿Merece la pena el esfuerzo? Lo fácil es decir que no. Que no
sigues. Pero, ¿Estás seguro de que puedes hacer algo mejor? ¿Y que
puedes hacerlo ahora mismo? Here we are. Doing the best in a bad
situation. Voluntarismo
sin duda. Pero dice Popper que hay probabilidades lastradas. Que el
mero hecho de concebir una realidad nueva, significa una mayor
probabilidad de suceso.)
Moradell
expone sus trabajos de Palamós en una galería del Paseo de Gracia.
En Palamós, una casa vecina del puerto es su refugio de verano. Tal
vez herencia de sus padres. Desde allí, las barcas que reposan en la
playa, tienen sombras puras y matices cambiantes. Desde allí, se
veía a las peixateras pasar con sus cestas de mimbre sobre el moño,
camino del mercado. Se veían, y se ven, algo más lejos, los
sombrajos de la playa difuminándose en el atardecer. Los cuadros de
Moradell no son caros. Y además, la galería se queda con el
cincuenta o el sesenta por ciento. En realidad no se saca dinero con
la pintura. Sólo alguna buena crítica que dice que la obra de
Moradell es l’obra ben feta.
La portada del catálogo es un tema de barcas. El original, dibujado con rotulador negro sobre cartulina sin estuco, va perdiendo nitidez. Ya se sabe lo volátiles y susceptibles a la luz que son estas tintas de rotulador. Aunque no es menos cierto que esa tinta desvaída tiene ahora un como regusto al lápiz. Y hasta parece como si lo matizado de las sombras hiciese que destaque más que nunca la perfecta composición. En el ángulo inferior derecho, el original tiene una dedicatoria: A mis buenos amigos Iluso y Exquisita. Moradell.
(Como en la vida misma, los personajes de la novela van apareciendo e imbricándose unos con otros. Toma nota, querido lector. Y cuando alguien te pregunte por qué eres pintor, dile que la culpa la tiene Moradell. Dile que cuando Moradell, sentados todos en el agradable cenador de su casa, dijo que odiaba a los pintores relamidos, que había que dejar pintura, que es la materia la que hace el cuadro, dile que entonces tu no tenías ni idea de que aquellas fueran palabras de fuego. De las que marcan.)
Así
podríamos seguir casi hasta el infinito. Hablando de Moradell y de
todos los demás pintores. De los cuadros que cuelgan tras de mí, en
la pared de tu izquierda, o, unos metros más allá, arrinconados,
amontonados por todas partes en el estudio. Hablar de M. Panero,
de Santiago, de V. Arnás, de Resti, de Lechuga, de Loluá, de Pedro
S. Ruiz, de
A. Gil, de
Jesús Rodríguez y también de ese fresco sin firma que tu has
enmarcado con especial esmero. Está claro que podríamos hablar de
pintura sin parar, pero ésto no es una crítica de arte. Es sólo
una novela. O, al menos, intenta serlo.
De todos los personajes de la novela, el único que no es tinta sobre papel, el único que tiene carne y sangre propias, es el Loco. Sólo el Loco vive. Sólo él entra y sale. Sale y entra de la realidad a las páginas y de las páginas a la realidad. El Loco, que como ya sabes, informado lector, siempre vuelve, trae un soplo de aire fresco hasta estas líneas ya muertas. Claro que no siempre es así. A veces se presenta con una tufarada intensa y nauseabunda. Como a carne podrida y semen reseco. Y eso también es vida.
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