Mis
queridos y muy engañados Angel y Marita, Marita y Angel. Tengo que
escribiros porque desde que dejamos Sevilla, hay una conversación
pendiente con vosotros que me cuelga por los entresijos y no consigo
quitármela de encima. Os lo debo. Con el deber de quien quiere ser
leal. Y con la necesidad de quien quiere que los demás tengan de él
una imagen lo más cercana posible a la realidad.
Sin
duda creo que os entristecerá la noticia de que vamos a
divorciarnos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
Serrat dixit. Y en este caso considero que es más bien al contrario.
Debería alegraros. Tengo la absoluta certeza de estar haciendo lo
mejor que puedo hacer en estas circunstancias. Con eso ya es
suficiente. Es mi vida y tengo, no sólo el derecho, sino la
obligación de ser coherente conmigo mismo. Creo, además, que es lo
mejor que puedo hacer por Exquisita. No sé ni puedo hacer más por
una persona sino que viva su vida conforme a su propia ley. Puedo
concebir la ley de Dios y las leyes del Hombre. Pero me considero
incompatible con la ley de UN hombre o mujer concretos. Y con quien
miente. Premeditada y encantadoramente miente. A sus amigos. A sus
padres y a sí misma. No
soy maestro, ni salvador ni guía. Puedo aportar mi punto de vista y
mis sentimientos, pero no mi vida. Hace mucho que suprimimos los
sacrificios humanos en la aras reales.
El
proceso siempre es el mismo. Dos figuritas ridículas, de barro,
juntas por azar en un estante, deciden ser dioses. Y se conceden
mutuamente la fe. Más tarde o más temprano, una de las dos
ridículas figuras, y si hay suerte las dos al tiempo, bajan a sus
pies de barro y aceptándose se convierten en personas. Puede ocurrir
que las dos ridículas figuritas, una antes y otra después, y si hay
suerte las dos al tiempo, se acepten los pies y el cuerpo entero de
barro y el barro todo del mundo. Y entonces ellos sean sus verdaderos
dioses de carne y hueso. Entre otras muchas, cabe la posibilidad de
asumir el barro a destiempo. Y es el caso. Y de no asumirlo. Y
también es el caso. Lo que ocurre entonces es que alguna de las dos
ridículas figuritas, y si hay mala suerte, las dos, se rompen en
pedazos, o una mano viene y al hacer limpieza, traslada las figuras y
pone a cada una en un estante diferente. Y la historia vuelve a
comenzar.
Todo
eso por hablar de fe. Pero hablemos de sexo. Y de la utilización del
sexo. Y del chantaje que nos hacemos y nos hacen con el sexo.
Hablemos del sexo y del dejar hacer. Y de las ignorancias del sexo. Y
las vergüenzas, que siempre se ha llamado así al sexo. Hablemos de
los silencios sexuales. Y de los lenguajes mudos del sexo. Los tabúes
del sexo. Y, buscando en algún rincón de la memoria, cubiertas de
tristezas y de insatisfacciones hablemos de algunas alegrías del
sexo. Y de la liberación del sexo. El juego de las figuritas volverá
a comenzar. Pero con los pies lo mas en el suelo que puedo. Con todos
mis sentimientos a flor de piel. Con conciencia crítica real y,
sobre todo, con el corazón puesto sobre mi vida que es única
e irrepetible, he tomado mi decisión. Consciente por ello mismo de
que elijo la mejor solución a mi alcance.
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