Llegará
el día que pueda hablar de todo esto con más tranquilidad. Pero
dudo que pueda hablar con más verdad. Sé que de puertas para
adentro, cada cual hace de su capa un sayo, cada cual amaña su
verdad y todo es relativo. Pero cuando alguien te avisa de que te va
a hacer daño y te lo hace, tu puedes sacrificarte y sufrir el dolor
hasta que te mueras o te canses, o puedes defenderte haciendo más
daño a ser posible, o puedes retirarte de la lucha, haciendo inútil
el dolor.
Queda
por encima de todo un sabor a tiempo perdido y a derrota. A
conocimiento y aceptación. Y queda la vida. Lo único que hay. Lo
único que tenemos. Os seguiré queriendo. Mario.
Todas
las experiencias sexuales son la primera. Pero siempre hay una
primera en el tiempo. Diferente de experiencias sensoriales
anteriores. No personales. Cómplices del universo.
El
gran principio fue lo prohibido. Escondidos en algún rincón, tras
el portón. No es ser precoz. Es sólo el afán de la transgresión.
Dos cómplices del mismo sexo buscando distracción en el verano.
Ya
queda dicho: cada vez es una primera vez. La primera vez con una. Con
uno. Prima. Amiga. Vecina. Mujer. Puta. Novia. Loca. Hermana. Amante.
Esposa. Madre. Virgen. Subnormal. Lesbiana. Pareja. Cama redonda. Y
deben faltarme muchas. Sin hablar de la masturbación. La más normal
de las experiencias sexuales de una persona normal.
El
resto, se agita entre amplios márgenes: Me ha dado fuego sin mirarme
siquiera; no recuerdo su nombre, pero apenas hace dos meses que nos
besábamos ¿apasionadamente? en este mismo bar.
A
las mujeres en lo que a mí respecta. Los sentimientos que no tengo,
no los tengo. Los sentimientos que no tengo, no diré que los tengo.
Los sentimientos que a ambos nos gustaría tener, ninguno de los dos
los tenemos. Los sentimientos, que la gente tendría que tener, nunca
los tiene. Si la gente dice que tiene sentimientos, puedes estar bien
segura que no tienen nada. De modo que si quieres que sintamos algo,
olvídate de cualquier idea de sentimientos.
El
amor no significa, ni ha significado, lo mismo para todos los
mortales. Aunque con movedizos apoyos, diversos estudios han llegado
a distinguir
hasta cerca de una docena de peculiares estilos
de amar, estilos que han de ser entendidos, claro está al weberiano
modo, como tipos ideales, sin existencia actual pura en la realidad.
Con la brevedad que las circunstancias demandan y, simplificando un
tanto las cosas, hay por ejemplo un estilo amatorio lúdico,
epidérmico, no monógamo, que encuentra sus raíces en la
conceptualización del amor como frivolidad o simple diversión. En
el que, conscientes los jugadores de su brevedad, se fingen
sentimientos en complicidad, sin que exista obsesión por los celos o
angustia ante la incompatibilidad sexual; hasta que, siguiendo los
consejos de Ovidio, uno abandona el juego antes de que la compañía
del amado llegue a ser insoportable. Amor este diferente de aquel
otro, indistinguible a veces de la amistad entre personas relajadas,
de antiguo conocidas, indiferentes a la aparición de todo posible
príncipe azul -o mujer fatal- convencidas firmemente del “hasta
que la muerte os separe”, con escasos conflictos y más o menos
rutinariamente gratificados en sus normales necesidades sexuales.
Diferente asimismo del amor pragmático, utilitario, que trueca
estado por belleza o seguridad por fidelidad y en el que los celos,
si aparecen, encubren la violación de un tratado o lesionan
intereses invertidos. Hay que puntualizar que, contra lo que pudiera
pensarse, algunos datos empíricos disponibles permiten vaticinar la
relativa solidez de este tipo de relación -así funcionan muchos
matrimonios por computadora- ya que los estudios sobre satisfacción
matrimonial revelan que la equivalencia y/o complementariedad en
ciertas características fundamentales de la pareja es un importante
factor de estabilidad. Como, en fin, hay un estilo maníaco,
habitualmente exaltado por los artistas, de aquellos invadidos
por una obsesiva -aunque
felizmente efímera- pasión devoradora, en sempiterna lucha contra
algo, menesteroso de la presencia física de otro, exclusivo, cuajado
a veces en un estado mental de “imbecilidad transitoria” (Ortega)
y nutriéndose vicariamente otras de las desventuras de Tristán,
Melibea, Elvira Madigan o Simplemente María, según los casos.
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