En
el viaje que hicimos a París, visitamos el cementerio de Pére
Lechaise: afortunadamente no encontramos la tumba de Julio Cortázar,
lo que me hace pensar que probablemente el tren sigue su trayecto y
que, quizás, algún día me sea dado retomarlo.
Mario,
Mario, Mario, repito tu nombre y me atrevo a hacerte esta prosaica
confesión: oírte de nuevo me ha emocionado. A menudo me he
preguntado por qué no nos hemos entendido cuando nos vemos cara a
cara, parece que estamos condenados a una comunicación
exclusivamente epistolar. Siempre ha habido tensiones extrañas en
nuestros encuentros y los hilos que en ocasiones hemos establecido a
través de las cartas han quedado súbitamente cortados por la
agresividad que caracteriza nuestros encuentros frente a frente.
Esta
desigualdad entre los diferentes momentos que se viven en una misma
relación me desconcierta. Parece que a partir de un determinado
momento en la vida o a partir de una edad, si tu quieres, se nos
fuera negada la deliciosa miel del abandono. Con la pérdida de esta
capacidad perdemos infinitas posibilidades, entre ellas la de vivir
aquellos momentos intensos de intimidad con los demás, que vivíamos
en la adolescencia y que a mí, particularmente, me llenaban de una
sensación inefable de plenitud.
Bueno,
en realidad intentaba explicarme a mí misma las razones de esa
agresividad que se desencadena entre nosotros cuando nos vemos, pero
probablemente sea algo más complejo lo que explique esa agresividad
o quizás no hay explicación alguna: salgamos pues del laberinto. Me
gustaría hablarte de Pueblo, me gustaría explicarte todo lo
ocurrido hasta ahora, pero si lo intento estoy segura de que no podré
evitar el fácil recurso del recuento. Haría una enumeración de los
hechos (Sergio
aprobó oposiciones, yo aprobé oposiciones, etc,) y al final me
daría cuenta de que no hablé de lo esencial, pero ¿cómo llegar al
corazón de las cosas? ¿Cómo explicar los hechos sin perdernos en
la superficial epidermis de la anécdota?
¿Si
te digo que Pueblo es el infierno ¿te lo creerás? Pero no, tampoco
es eso: Pueblo no es el infierno, yo soy el infierno. Esta no es una
afirmación melodramática sino trágica y lo es porque sólo puede
ser eso. No tengo manera de suavizar algo que no puedo explicarme.
Durante estos meses no he podido evitar hacerme constantemente esta
pregunta. Pensaba ingenuamente que debió haber un momento en el que
se inició la caída, intentaba localizar ese momento pero lo cierto
es que no descubrí momento alguno sino que mi memoria no supo
reproducirme de otra manera que cayendo y esto me ha hecho pensar
q ue el descenso al infierno se inició con mi salida del útero
materno.
Tú
también debes tener en estos momentos tu infierno particular, lo
supe cuando dijiste que esta tarde te habías escondido entre las
sábanas y ahora te intentabas convencer a ti mismo de la necesidad
de salir de ese refugio de doble cara: tan hermoso en algunas
ocasiones, tan infernal en otras.
Escríbeme,
escríbeme una carta larga, larga, por favor y cuéntame …
Exquisita y filósofa, mujer, clave de arco de cinco personajes que
se desencuentran, perdóname la carta tan larga, larga, que te he
escrito. Es hora ya de poner fin al intento. Ya puedes, lector,
cabalgar por ti mismo. Sírvate de explicación una cita del viejo
Epicuro: “Todo lo que
hacemos persigue un fin: la supresión del dolor y del miedo.”
-
FIN-
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