¿Qué
tal A? -pregunté by phone-
Hola
artista -respondió él con su sarcasmo habitual que, por habitual,
ya no me inmutó-
Bien
contesté -sin pena ni gloria. Te llamé el otro día y me dijeron
que estabas al médico. ¿No será nada grave, verdad?
No.
lo de siempre. Me ha vuelto a subir el nivel de ácido úrico y me da
unos palos en las articulaciones que me dejan baldao.
Osea
que Ley Seca y verduritas -dije con cierto retintín involuntario-
Que
va, que va, para nada. Eso era el año pasado. Por eso no he vuelto a
ese médico. He encontrado a uno que no me quita ni el cordero ni el marisco, y con los bebestibles, ya
sabes, siempre que sea un poquito … Es decir, en lugar de
dieciocho copazos en el Natu, ahora me tomo sólo una copa en cada
uno de los treinta bares del barrio. ¿Y tú qué te cuentas autor?
Esta
vez sí me jodió, porque era precisamente para ese tema para lo que
yo le llamaba, pero ya que era él quien lo había sacado,
contraataqué rápidamente:
Como
estás tomando medicinas tienes completamente contraindicada la
lectura, ¿A que sí?
Qué
cabrón, ¿cómo lo sabes? No. Ahora hablando en serio, he pasado una
semana muy jodida y no he podido más que echarle un vistazo a tu
novela. No he pasado del segundo capítulo. Pero te prometo que esta
semana le meto mano. Hasta ahora, lo que he leído me gusta. ¿Es una
especie de autobiografía, no?
Ante
tamaña muestra de arrepentimiento y propósito de la enmienda no
tengo más remedio que condescender:
Bueno,
ya sabes, me corre prisa, pero tampoco es para que tengas que hacer
horas extras. Cuando tengas un ratito libre, aprovecha. Si sólo son
ochenta páginas. Se leen de un tirón.
Además
es que necesito opiniones para poder seguir, ¿sabes?
En
realidad lo que quiero es descubrir errores. Lo que ahora se llaman
“cosas manifiestamente mejorables”. Puntos oscuros, adjetivos mal
puestos, construcciones difíciles y éso.
Por
cierto -me interrumpe A., que finalmente ha encontrado un argumento
para rehabilitarse- hay muchas faltas de ortografía.
¿Siiii?
-digo verdaderamente sorprendido- ¿dónde?
Bueno,
acentos y éso. He visto muchos sin poner. ¿Te los pongo?
Claro,
claro. Lo que pasa es que es una primera copia y no la he pasado por
el ordenador. Me lo copió a máquina una chica que conozco, y no
pone mucho interés en los acentos, pero como no quiso cobrar nada,
tampoco puedes exigirle. Por supuesto, falta o acento que veas, me lo
corriges -le digo francamente encantado de que haya asumido tan a
fondo su papel de lector-
Hasta
aquí, digamos que la batalla se decantaba claramente a mi favor.
Contaba con un lector tan comprometido que, incluso, iba a corregirme
la ortografía de los acentos. Lo que no podía imaginarme, por nada
del mundo, era lo que se me venía encima con su siguiente frase:
Por
cierto, ¿Has leído Tristam Shandy?
No
-contesté francamente- ¿de quién es?
De
un inglés que ahora no me acuerdo como se llama. Es que me lo
recuerda mucho. Por eso de hablar con el lector y llamarle cosas. Te
lo voy a traer para que lo leas y ya verás.
Ya
he dicho que no era capaz de imaginarme lo que se me venía encima.
Por eso, ingenuo de mi, dije: Estupendo. Quedamos para mañana,
jugamos un poquito al billar, te dejo que me ganes y me traes al
Tristón ese. ¿O.K.?
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