Señores
de la prensa, un poco de silencio, por favor. Si ustedes preguntan
todos a la vez, va a ser imposible que nos entendamos. Creo que será
mucho más práctico que hable yo sólo y luego, si quieren, hacen
ustedes las preguntas que crean necesarias. Que quede muy claro que
yo aquí no represento a nadie más que a mí mismo. Por tanto, mis
opiniones lo son estrictamente personales y no comprometen en nada a
ninguno de los restantes miembros del colectivo. Mi apreciación
subjetiva de los hechos, es la que sigue: en pleno proceso de edición
y montaje de las secuencias de una primera novela, tomada de la
realidad, según dice cándidamente el autor, un tal Mário Alfates,
o Alfatres, o algo parecido, aparecen unos personajes que no habían
aparecido hasta entonces, y que presuntamente están relacionados con
otro personaje que apareció al comienzo y con la protagonista
principal de la novela, una tal Exquisita de Yeso, de escayola,
no, no. De
Excayola,
eso
es. De Excayola. Bueno, el caso es que llegó un momento en que
ninguno sabíamos por donde teníamos que ir. Ninguno de los que
estábamos en el turno de tarde, que se supone que es la mejor
plantilla de la casa, ninguno teníamos ni la más remota idea de
cual podría ser la continuación. Lo que sí teníamos cada uno de
nosotros, eran deseos, por decirlo así, apetencias. Cada uno
teníamos nuestro propio fin de novela. Sin decirlo, claro. El
incidente con el ordenador central y la pérdida de veinte páginas
del texto, sólo fue un accidente que sirvió para desencadenar la
tormenta, aunque a decir verdad, la situación se había agravado
bastante por dos factores que casi nadie conoce, pero que resultaron
decisivos. El primero era la falta de cliente. Normalmente en un
trabajo como el nuestro, los profesionales estamos al servicio del
cliente. Unas veces el cliente es la agencia, y suele venir el
producer, o el director creativo, o el director de arte, a veces
hasta los ejecutivos. Otras veces es un cliente directo, y entonces
viene él mismo, o son gente de productoras independientes, que no
tienen salas propias de edición y montaje, sobre todo si quieren
introducir algunos efectos de vídeo, o de imagen generada, que son
máquinas caras que no puede tener todo el mundo. En fin, que siempre
viene alguien que toma las decisiones, el que ha realizado la
historia , o uno que la conoce bien. Pero en este caso no había
cliente. Excepto las indicaciones de preproducción y el material del
rodaje, no habíamos recibido nada más. Bueno, sí, la orden de
trabajo decía que había que testarlo e incluir los testimoniales.
Eso era lo que estábamos haciendo, cuando surgió un testimonial en
el que se hacía referencia a un personaje de la preproducción, cosa
que no estaba prevista en absoluto. Sin cliente que decidiera, no
supimos cómo reaccionar. Se preguntarán ustedes cómo habíamos
admitido una orden de trabajo en la que no estuviera
especificado el cliente, pero les contestaré que en el apartado
cliente decía literalmente “LECTOR”. Es decir, nos remitía al
cliente último, al lector del libro. Y eso nos colocaba de nuevo en
un callejón sin salida. ¿Cómo iba a poder tomar decisiones sobre
el contenido de una novela el lector final de la misma?
El
segundo vector desencadenante de la crisis fue la aparición de
Severo Sarduy. Una aparición que estaba prevista desde mucho tiempo
antes, pero para mucho tiempo después. De hecho, en las veinte
páginas ignotas se hablaba de L.A., y de Severo Sarduy. Pero se decía
que era un cabo que había que dejar suelto hasta el final. Entonces,
la súbita aparición de Severo precipitaba el final.
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