viernes, 10 de marzo de 2017

POSTPRODUCCIÓN_14


      Señores de la prensa, un poco de silencio, por favor. Si ustedes preguntan todos a la vez, va a ser imposible que nos entendamos. Creo que será mucho más práctico que hable yo sólo y luego, si quieren, hacen ustedes las preguntas que crean necesarias. Que quede muy claro que yo aquí no represento a nadie más que a mí mismo. Por tanto, mis opiniones lo son estrictamente personales y no comprometen en nada a ninguno de los restantes miembros del colectivo. Mi apreciación subjetiva de los hechos, es la que sigue: en pleno proceso de edición y montaje de las secuencias de una primera novela, tomada de la realidad, según dice cándidamente el autor, un tal Mário Alfates, o Alfatres, o algo parecido, aparecen unos personajes que no habían aparecido hasta entonces, y que presuntamente están relacionados con otro personaje que apareció al comienzo y con la protagonista principal de la novela, una tal Exquisita de Yeso, de escayola, no, no. De Excayola, eso es. De Excayola. Bueno, el caso es que llegó un momento en que ninguno sabíamos por donde teníamos que ir. Ninguno de los que estábamos en el turno de tarde, que se supone que es la mejor plantilla de la casa, ninguno teníamos ni la más remota idea de cual podría ser la continuación. Lo que sí teníamos cada uno de nosotros, eran deseos, por decirlo así, apetencias. Cada uno teníamos nuestro propio fin de novela. Sin decirlo, claro. El incidente con el ordenador central y la pérdida de veinte páginas del texto, sólo fue un accidente que sirvió para desencadenar la tormenta, aunque a decir verdad, la situación se había agravado bastante por dos factores que casi nadie conoce, pero que resultaron decisivos. El primero era la falta de cliente. Normalmente en un trabajo como el nuestro, los profesionales estamos al servicio del cliente. Unas veces el cliente es la agencia, y suele venir el producer, o el director creativo, o el director de arte, a veces hasta los ejecutivos. Otras veces es un cliente directo, y entonces viene él mismo, o son gente de productoras independientes, que no tienen salas propias de edición y montaje, sobre todo si quieren introducir algunos efectos de vídeo, o de imagen generada, que son máquinas caras que no puede tener todo el mundo. En fin, que siempre viene alguien que toma las decisiones, el que ha realizado la historia , o uno que la conoce bien. Pero en este caso no había cliente. Excepto las indicaciones de preproducción y el material del rodaje, no habíamos recibido nada más. Bueno, sí, la orden de trabajo decía que había que testarlo e incluir los testimoniales. Eso era lo que estábamos haciendo, cuando surgió un testimonial en el que se hacía referencia a un personaje de la preproducción, cosa que no estaba prevista en absoluto. Sin cliente que decidiera, no supimos cómo reaccionar. Se preguntarán ustedes cómo habíamos admitido una orden de trabajo en la que no estuviera especificado el cliente, pero les contestaré que en el apartado cliente decía literalmente “LECTOR”. Es decir, nos remitía al cliente último, al lector del libro. Y eso nos colocaba de nuevo en un callejón sin salida. ¿Cómo iba a poder tomar decisiones sobre el contenido de una novela el lector final de la misma?


      El segundo vector desencadenante de la crisis fue la aparición de Severo Sarduy. Una aparición que estaba prevista desde mucho tiempo antes, pero para mucho tiempo después. De hecho, en las veinte páginas ignotas se hablaba de L.A., y de Severo Sarduy. Pero se decía que era un cabo que había que dejar suelto hasta el final. Entonces, la súbita aparición de Severo precipitaba el final.

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