J.
A., el Aba, es escritor. Guionista de programas para TV y radio. Y
anda metido en algunas cosas de vídeo. Entre los treinta y cinco y
los cuarenta. Soltero. Moreno. Sobre el metro setenta. Delgaducho y
algo desdibujado, con un pecho que se abomba a la altura del plexo
solar como quilla de barca. J. A., el Aba, es noctámbulo
empedernido, buen bebedor de güisqui y derrochador de ingenio en
píldoras maliciosas que aplica a cualquiera de los muchos conocidos
y conocidas que se le acercan.
Sobre
el pequeño escenario del fondo, cuando por fin han quitado la música
y apagado las luces, Pedro Reyes presenta sus personajes: obreros de
la música, peones del espectáculo, reporteros deportivos como Pepe
Difícil, que trasmite sus crónicas subido en el mismísimo balón
con el que se juega y cosas por el estilo.
En
el sótano, debajo del escenario y junto al camerino, Luís Pastor y
Roque Narvaja juegan una partida de billar eliminatoria, para el
campeonato que ha organizado Carlos Tena. El silencio es obligado,
como lo son el chaleco y la pajarita para los jugadores. Los
jugadores no son muy expertos que digamos y como las carambolas
tardan en subir al marcador, Narvaja comenta divertido: que canten
ellos. Que se suban ellos a un escenario a ver que tal lo hacen. A
pesar del silencio obligatorio, el corro de mirones ríe
abiertamente.
J.
A., el Aba, se retuerce una comisura del bigote mientras comenta:
Pues si señor, me ha jodido tu Operación Vídeo. Porque escribes
muy bien, ¿sabes? Sin coba, está muy bien escrito y te engancha.
Pero llegas
al final con una sensación extraña que te deja jodido.
Mario
Alfares levanta las cejas mientras se lleva el vaso a la boca y bebe
un trago. Luego, arqueando el cuerpo hacia adelante pregunta: ¿Pero
por qué? ¿Por algún personaje? ¿Por como está escrito? ¿Por qué
te jode? Hasta ahora nadie me había dicho nada de éso.
Pues
mira, no lo sé exactamente, pero te quedas diciendo mira, aquí me
la han metido y no sé por donde. No recuerdo en que capítulo es en
el que hablas de Antonio no sé cuantos, premio de literatura, y la
hija del de la bañera, y dices, bueno, ahora se va a liar con ella.
Y no pasa nada. Te quedas jodido.
Por
cierto que en otro capítulo piensas, bueno, ahora va a hablar de
sexo. Pues tampoco. Y cosas así.
Ciertamente
desconcertado por la parrafada, Mario Alfares vuelve a tragar un
sorbo de güisqui con agua porque ya es el tercero de la noche y hay
que conservarse. Mientras bebe, recuerda de pronto que lleva años
acudiendo al Elígeme, pagando puntualmente todas sus consumiciones e
invitaciones y que nunca ha sido tratado como cliente habitual. Algo
parecido le ocurre con el Aba. Después de varios años, todo lo que
les une son algunas risas de clorhidrato, algún comentario sobre los
culos redondos y minifalderos que pasan por delante, la típica
pregunta para salir del paso sobre conocidos comunes y pare usted de
contar. A pesar de eso, el Aba es, de los que han leído hasta ahora
la novela, el que más se ha acercado al secreto. Aunque en lo del
sexo anda desencaminado.
Pero
espera, dice Mario Alfares después de beber y pensar, hay un
capítulo en el que habla de todas la experiencias sexuales, y se
dice que cada una es la primera.
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