Aquí
te quiero ver, escopeta. Mira por donde no hay mal que por bien no
venga y haciendo de tripas corazón podemos convertir este capítulo
en un test de personalidad. Dependiendo de la opción que elijas
podrás ser un alocado inconsciente, sincero y humilde al tiempo que
muy realista, despótico de reacciones incontroladas, flojo de remos
y falto de fe en ti mismo o un cínico y descarado triunfador. Entre
los lirios y las rosas, su majestad escoja.
Por
mis partes he decidido tirar por la calle de en medio. Adelante con
los faroles. Bien mirado, ni la trama ni el estilo tienen nada que
ver. Lo que allí es imaginación y ácida crítica de costumbres,
aquí es fiel trasunto
de la realidad más cotidiana. Lo que allí es fárrago de
construcción alambicada, aquí es frase corta. Punto y tentetieso.
Por lo demás, las buenas ideas son buenas, venga de donde vengan. Y
por otro lado yo no voy a hacer nacer a mi protagonista en el
capítulo dieciséis ni voy a reflejar sus noches con una página en
negro.
Gloria
a Miguel de Cervantes, a Thomas Sterne, al citado Villaroel, a James
Joyce y a Camilo José de Cela y Trulock si hace falta. Gloria y loor
al lenguaje que a ellos les permitió comer, aunque fuera poco y mal,
y a mi soñar sin tasa ni límite.
Queda
todavía por saber la verdadera opinión de A.H. Quedan todavía por
recibir sus correcciones y acentos. Queda mucho trabajo por hacer. En
bien de ese trabajo, querido lector, si al hilo de tu novela, alguien
te recomienda un buen libro que se le parece, léelo, disfrútalo si
merece la pena y luego sigue a lo tuyo.
El
Aba se lo quitó de encima porque no sabía por donde salir. Es más,
ni siquiera se esperaba ésto. En realidad fue muy sincero cuando
dijo que la cosa le había cabreado bastante. Y con razón porque su
intuición fue acertada. Estoy convencido de que si le hubiera
prestado un poquito más de atención, algo más de tiempo y de
ganas, lo hubiera descubierto todo. Pero es lo que pasa, la gente le
da una importancia tremenda a las apariencias. Y claro, un manojo de
folios cosidos con un gusano de plástico, entregados así como con
vergüenza -por lo menos timidez- por un tipo al que conoces, pero no
mucho, con el que simpatizas, pero no mucho y al que ves de cuando en
cuando, no es para impresionar. Por eso le dedicas un par de
vistazos atentos, haces algunas calas aquí y allá, lees entero un
capítulo que te engancha y sales con una
idea global pero confusa, acertada en el sentido pero errónea en lo
concreto.
Sentados
en el diván corrido que hay a la entrada del Elígeme, a la
izquierda, tras la cortina, pegado a la pared, con un güisqui en la
mano, J. A., alias Aba y Mario Alfares, discurren como Dios les da a
entender sobre algunos asuntos de su interés. Al Aba le molesta el
volumen de la música y, por señas, sin levantarse pero con
expresión autoritaria, le dice al pincha que está detrás de la
barra que lo baje. Hecho.
No
hay como ser de la casa para que te hagan caso, le dice Mario
acercándose para hacerse entender por encima de las conversaciones y
la música.
Aquí
tienen la puta manía de poner la música alta. Mira que me jode.
Pero por más que se lo digas no hay forma. Pasan. Y así les va,
remata despectivo J. A.
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