Tiempo.
Se necesita tiempo.
Tan
importante o más que tener un fantasma es tener tiempo. Porque está
claro que hay novelas sin alma y sin conciencia, pero todas,
absolutamente todas, hasta las plagiadas, se han llevado su tiempo.
Conviene
tener, además, cantidades suficientes de tiempo en todas sus
modalidades. Es cierto que con una buena planificación se puede ir
jugando con el tiempo y ganando tiempos muertos para aprovecharlos,
pero no es sólo tiempo del reloj del que se necesita.
Junto a muchas mañanas-del-sábado-que-nunca-se-acaba, hay que tener
una buena provisión de tiempo mental disponible.
Esto
del tiempo mental es una cuestión un tanto oscura y muy subjetiva,
que merece, por lo menos, un par de párrafos si no más. Veamos. Es
muy distinto el tiempo físico, el
tiempo dimensión, mensurable
en
sesenta minutos por hora y veinticuatro horas por día, del tiempo
real de la mañana-del-sábado-que-nunca-se-acaba. Es cierto.
Mientras que una hora es una hora y no hay más vueltas que darle,
una mañana-del-sábado-etc., puede durar hasta la madrugada del
lunes o acabarse en un par de horas. Hasta aquí Bergson. Pero hay
más. La estructura interna del tiempo, tal como la vivimos en la
sociedad occidental, su justificación, su destino, está íntimamente
ligada con nuestro proyecto vital.
Acabamos
lector de meternos en un berengenal del que no sé cómo vamos a
salir, pero paciencia y barajar, que con tiempo y una caña todo se
alcanza.
Supongamos
que tienes veinte años y que estás dudando entre comprarte un coche
o hacerle caso a tu novia y empezar a ahorrar para comprarte un piso.
Supongamos otro supuesto: acabas de tener un hijo y no sabes qué
nombre ponerle. Por último supón que eres una persona madura y
caritativa que trata de decidir si su actividad de ayuda a los pobres
de la tierra será más efectiva trabajando en Cáritas o en la
Asociación de Vecinos del barrio. Bien, no hay duda. En cualquiera
de los casos, tomes la decisión que tomes, lo que es cierto es que
tienes un proyecto vital que justifica tu tiempo y le da un sentido a
tu vida. Incluso esas tardes insulsas en las que tu novia está
insoportable, incluso esas mañanas de domingo en las que paseas a tu
niño por el parque maldiciendo la hora en que se te ocurrió
embarazar a la parienta, incluso en esa asamblea local de ayuda
social en la que sientes que la gente está más por sus propios
intereses que
por el bienestar colectivo, incluso entonces, cuando abominas del
mundo, de la raza humana y de tu propio destino, la red interna de tu
estructura mental está sana.
Pero
hay otros casos. Otros supuestos. Imagina que eres madre de cinco
hijos. Que te casaste joven e ilusionada. Que has dedicado tu vida a
luchar para sacar adelante la prole y que más o menos lo has
conseguido. Todos ellos se han situado, han encarrilado su vida y ya
no te necesitan. Te quieren, te visitan, te regalan y te dicen:
déjalo mamá, que ya no estás para estos trotes. Mal asunto este.
Tan malo como tener veinte años, estar en la mili y aburrirse
soberanamente haciendo guardia tras guardia. Tan malo como tener
cuarenta, acabar de divorciarse y verse una noche más agarrado a la
copa y sin encontrarle sentido a la vida. Tan malo como tener treinta
y cinco, estar soltera y tener un trabajo insulso. Tan malo,
definitivamente malo, como tener un agujero en la capa de
ozono-tiempo que nos cubre de las radiaciones venenosas
del pensamiento.
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