viernes, 20 de enero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_15


Tengo que copiarlo antes de que se me olvide: “Toda obra literaria tiene dos aspectos: es historia, en el sentido que evoca acontecimientos y personajes. Pero es simultáneamente discurso, ya que no son los acontecimientos narrados los que cuentan, sino el modo que el narrador hace que los conozcamos. La “historia”, pues, se configura como un sistema de acontecimientos y personajes; el “discurso” como el acto de comunicación del narrador.” (considerar las repercusiones del párrafo sobre lo que antecede: si, “historia” y “discurso” son inevitables en toda obra literaria, ésto es una obra literaria, porque tiene historia y discurso.) Estamos escribiendo una novela y sobre eso establecéis una novela. En cuanto a lo que sucede, y sobre todo a lo que suceda, tendrán que plantearse si no va siendo hora ya de pasar a la historia y dejar los discursos. Pero el discurso es indejable. (confirmar que ninguna autoridad a avalado el “indejable”) Hay que dejar claro que para hablar sobre el tema ayuda mucho leer “El nombre de la rosa” y “Las apostillas a El nombre de la rosa” de Humberto Eco, y fiarse de José Ramón Sánchez Guzmán cuando cita la revista “Comunications” nº8, Artículo de T. Todorov: Les categoríes du récit litteraire; en su libro “Introducción a la técnica de la publicidad”. ¡Hay que ver lo que da de sí un párrafo copiado! Está claro que se podría hacer una novela sólo con párrafos copiados. O pensar que una novela sólo existe en el mundo de los libros. En su mundo. Que un libro sólo hace referencia a otros libros y que aquí vendría muy bien leer, releer y trileer a Borjes. En cualquier caso ya hemos dado un paso fundamental, que para el lectores de historias ha pasado desapercibido: hemos introducido la publicidad. Son astucias del discurso, porque la publicidad tiene mucho que ver con esta historia de nuestras vidas. De nuestras vidas cotidianas. E nuestras vidas privadas. Todos los protagonistas de “cómo escribir una novela sin tener ni idea” tienen que ver con la publicidad. O dicho de otra forma: viven, a finales del siglo veinte, en ese lejano país llamado España, y están tan sujetos a la publicidad como tú, querido hindú, coreano, australiano que me leéis. Y posiblemente tu primera experiencia con la publicidad fue un bazar, o un escaparate, como la mía. Pero algunos de vosotros tuvísteis mejores experiencias. Íbais una tarde cualquiera de primavera por la calle comercial del pequeño y apartado rincón del mundo donde vivíais. Silbábais o dábais patadas a las puertas, mirábais los escaparates, y os peleábais porque fuera tuya o del otro aquella espada brillante de hojalata. Luego, la puerta del comercio se abrió con sonido de campanas y apareció un hombre joven, simpático y altísimo que llevaba dos banderines encarnados en la mano. ¡Eran tan hermosos aquellos banderines! Como de caballero medieval o así. Con un soporte niquelado de brillante metal. Con un cordoncillo de trenzado amarillo. (¿qué pasa con los pareados cacofónicos y trabalenguas) alrededor. Y con grandes letras blancas, bordadas sobre el raso rojo. Aquel hombre joven os dijo que tendríais que pasear los banderines como enseña por toda la ciudad; y explicar, a todo el que preguntase, el significado de las letras bordadas, si queríais ganar algún dinero. Como en una nube pasásteis y repasásteis las calles céntricas y los apartados rincones. Orgullosos portábais la enseña. Y más orgullosos aún, ebrios de saber suficiente, explicábais a los sorprendidos conciudadanos, el significado de las siglas: la muy vieja, muy tradicional y muy conocida casa de comercio del señor Eusebio González se modernizaba. Habían llegado los hijos aportando sangre nueva a la empresa. Nuevas ideas y nuevos métodos. Ahora se llamaban EGYCSA, que quería decir Eusebio González y Compañía, Sociedad Anónima. Y esa era precisamente la leyenda del banderín: EGYCSA.

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