martes, 24 de enero de 2017

OPERACIÓN VÍDEO_19






SEGUNDO CAPÍTULO


Hoy estoy triste. No puedo despegar de mi la realidad. Empiezo a entender que la verdadera novela se escribe de espaldas a la realidad. Y yo, hoy, no consigo apartarla de mí. Es algo que, al loco, le pasa desde siempre. El loco es pacífico, pero hay días en los que le es difícil apartarse de la realidad. Alguno de esos días, el loco encuentra soluciones improbables, como pensar en Borges o irse a dormir. Otros días escapa de la casa hacia algún perdido rincón de alguna parte. El loco huye también por la tristeza. Siente un extraño placer en estar triste. El placer del niño que se finge enfermo para no ir al colegio. El loco niega la realidad, la miente y se queda en sí mismo, dulcemente enfermo de tristeza. Así es como no se escribe una novela. Y el segundo capítulo es más difícil que el primero. Pero el loco volverá. Cuando se le pase la tristeza. Baste dejar constancia de que estuvo aquí.
Es difícil para los demás entrar en la mente del loco. Pero para él también es difícil salir. Lo que si está claro es que el loco siempre vuelve. Le tiene querencia a estas cosas y siempre vuelve para hacer de las suyas; así que, querido lector, nunca sabrás el verdadero propósito de éstas líneas, a menos que seas capaz de entrar en la cabeza del loco. Se trata tan sólo de acabar el folio, para dar entrada a la realidad que está asomándose a los ojos. Cuando es imposible escapar de la realidad, lo mejor es agarrarse a ella. Tal como es; tal como nos viene.
Puestos en ello, no será malo tomarla en pequeños sorbos y a grandes tragos. Sin dirigismos previos. Aquí no cabe el discurso lógico. Ni el metalenguaje sobre ninguna pretendida novela. Sólo recibir lo que se nos da en sábado. No se trata de escribir el sábado. Es ser el sábado de lo que se trata. Vuelta al principio y huida hacia adelante. ¿Qué otra cosa se puede hacer? También lo ininteligible es necesario. Y en cuanto a la locura, ahí va lo siguiente: El autor hace una reflexión sobre la mala conciencia de quien se sabe mal escritor y arremete contra el concepto del posmodenismo y los que se sienten ridículamente seguros por haber conseguido entrar en el “parnasillo literario circense” español y no saben nada de la muerte. Cabe aplicar a la literatura la crítica sartreana del psicoanálisis: no se trata de represión o de corte epistemológico, sino de mala fe. El mal escritor sabe, de alguna manera, que lo es, y tiene por ello una indudable mala conciencia. Perseguido por su sombra, ve como una amenaza para él un tipo de autores que, como Poe, sabían demasiado bien lo que era escribir. Dicen que Poe, en una sola noche, hizo 40 críticas de las obras de todos sus contemporáneos: a ellos se los llevó el viento y no queda más que un nombre, el de Poe. A los de aquí se los llevará, sin duda, también el viento, como al sombrero de Escarlata O’Hara, pero mientras tanto, ellos permanecen como algo incómodo. Se sienten ridículamente seguros por haber conseguido entrar, a base de adulaciones, en el “parnasillo literario circense” español, y no saben nada de la muerte. Sin embargo parece como si los que hoy atacan pertenecieran al dominio más hard-boiled de la literatura española: Eduardo Haro Ibars y Alberto Cardín. No sé si son, como se dice, posmodernos. Lo que sé de los posmodernos me dice bien poco a favor de esta palabra.

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