Regresaba de Olimpia y alguien le preguntó si había allí mucha gente. Respondió:
-“Mucha gente, sí, pero pocas personas”
La secta del perro. Vidas de los filósofos cínicos Diógenes Laercio. Introducción de C. García Gual. Alianza, 2015
La divisa, mejor dicho la evidencia, aparece turbadora y admirable por su vigencia, aunque se descubre incluso más si reconocemos que quien así respondió fue Diógenes (Grecia,
Sínope, h. 404 a.C. – Corinto, 323 a. C.) que se incorporó al grupo
filosófico de Antístenes, prosélito de Sócrates y que había erigido el
movimiento de los cínicos. ¿Somos sucesores en gran
parte de aquella sublevación moral, de aquella perturbación social e
insurrección política, con las que se discrepaba y denunciaba todo lo que importaba en aquella sociedad que les tocó en suerte y que los cínicos la tenían y veían solo como degenerada y adulterada?
Como gran parte de los griegos de entonces, Diógenes, aun siendo hijo del banquero Hicesias,
carecía de hogar. Y la batalla (338 a.C.), en Queronea, entre el
macedonio Filipo II y las ciudades estado griegas dirigidas por Tebas y
Atenas hizo también que el sinopense fuese desterrado. Un filósofo errante
que se autodeclaró ‘ciudadano del mundo’ y aplicó su hilarante e
ingeniosa ironía para agredir a la gente distinguida y a aquella
sociedad hipócrita que había convertido a algunos en adinerados con el trabajo, esfuerzo, calamidad y miseria de la generalidad de la población.“Ser y existir austeramente con lo exiguo. Su habitación, una tina; su miserable manto, para envolverse durante el sueño. Y el candil, para buscar hombres honestos”
Es un mal endémico. Veinticinco siglos más tarde, la humanidad, en alguna ocasión, se ha arrogado también sus postulados, habiéndoles admirado, respaldado y, muchas veces, secundado. Ahora, parece que nuestras raíces ya no burbujean con los planes de estudio y la Filosofía es poco más que una atracción de feria. Y, sin embargo, es un reto. Porque la filosofía ayuda al adolescente, por ejemplo, en su demostración personal.
Tan injusto es
que exista un síndrome que lleva su nombre, cuando no tiene nada que
ver ese trastorno comportamental con la vida de Diógenes, como que haya
pasado este a la historia y, en muchísima menor medida, su maestro
filósofo Antístenes. De igual manera sucede con el
origen de la escuela cínica. Cuando este último crea la escuela lo hace
en el gimnasio y templo de El Cinosargo, κυνος αργος, ‘del perro blanco o ágil‘,
lo que hace razonablela denominación o el mote con los que se les
conocía a sus filósofos. También, hay quien sostiene que se les llamaba
así, como insulto con el recurso de perro. Mejor atención podría tener el hecho de que vivían y morían como un perro -que en aquel momento no tenían estos los miramientos actuales-, solos, sin ninguna ayuda, abandonados. Más allá de las anécdotas sobre ellos y sobre Diógenes, los κυνικοί, los cínicos, eran con mayor justicia seres humanos que propusieron, y se atrevieron a llevarlo a cabo, alcanzar un modelo de actuación, de andar por la vida, mejor y contrario al común de las gentes, diferente en la busca del conocimiento.
“Alejandro Magno (356-323 a.C.), ante Diógenes. Cuando le pregunta de
dónde es, el filósofo le responde ‘Cosmopolita’ (quizás bautizando ese
término). Embriagado el emperador por esta y otras respuestas, “…le
dijo: “Pídeme lo que quieras.” Y le contestó: “No me hagas sombra.” Se
dice que también Alejandro le declararía “…que, de no ser Alejandro,
habría querido ser Diógenes”. Diógenes Laercio, Vida de los filósofos”
Diógenes fue un filósofo privado en parte de cualquier motivo para que su comportamiento fuese cuerdo,
aunque no de la lógica, su lógica. Y, como hombre coherente, no le
gustaba agudizar sus contradicciones. Así, desposeído de lo que él creía
la ‘buena vida’, la búsqueda del conocimiento y la sabiduría, se desposeyó de todo
y se privó de los más elemental para vivir. Se empeñó en normalizar el
interrogante sobre el conocimiento con la agudeza de su ingenio y
sutileza, e independientemente del concepto que se nos ha hecho llegar
del filósofo Sinopeo, a Diógenes le singularizará, como
a los demás cínicos, la sensibilidad, el honor a la sabiduría -también
mediante la educación- y la fuerza de su severidad.
Alentaba, según su observación
-que seguía con empeño y persistentemente hasta las últimas
consecuencias-, sintiendo lo que pregonaba y recomendaba con su propia
vida. Y lo hizo con ardor, señalando la trayectoria hacia ese estado de deseable placer tanto físico como espiritual, la εὐδαιμονία,eudaimonia, la plenitud de la existencia, valiéndose de la ἀρετή, areté, la ‘excelencia‘. De alguna manera, la areté de los griegos viene a ser lo mismo que la virtus de los romanos, el valor, la energía, la perfección moral; lo que sí es evidente es que toda esta organización de vida chocaba totalmente con los ‘acuerdos‘ sociales. Mientras, ellos seguían con la vida ascética, ἄσκησις, áskêsis, ejercicio, disciplina, práctica.
Platón. Diógenes criticó y parodió su concepto de educación, al tenerlo como ineficaz para el individuo”
La importancia que tienen los Cínicos viene de su teoría del
conocimiento, intrínsecamente adherida a su seña dinámica y, en
consecuencia, a la alteración de un orden establecido y al descaro que lleva inherente. Pocos filósofos ha habido con ese espíritu de Diógenes contra los procedimientos y supremacía del poder y con esa batalla en beneficio de un ideal inédito de ser humano. El Sinopeo, después de tanto tiempo, sigue aún vigente. La colisión entre el ser y el deber ser sigue estando servida.
Compartido desde la revista Artes&Cosas.
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